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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “1824″
“La mejor manera de celebrar la independencia es aplicar las lecciones aprendidas: el éxito en la política requiere una economía fuerte y una élite que sepa administrar el gobierno”.
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Este año serán los 200 de las batallas de Junín y Ayacucho, que, aunque sellaron la independencia en 1824, han sido postergadas en la memoria, porque la fecha oficial sigue siendo la declaración de San Martín en Lima en 1821. Pero podemos elegir entre otras, por ejemplo, reconocer el valor de la revuelta de Túpac Amaru y Micaela Bastidas en Cusco y Puno en 1780, que replanteó el esquema del poder en el virreinato, mucho antes que la Revolución francesa (1789); o la primera declaración de independencia, la que hizo Francisco de Zela, diez años antes, en Tacna en 1811; o la captura del Real Felipe en el Callao en 1826, que fue la última gesta militar contra el último refugio del ejército español. Parece ser que, desde entonces, Lima es el Perú y lo que ocurre en Lima es lo que importa.
Veamos qué pasó. En 1820 San Martín andaba por Huara, pensando cómo tomar Lima, cuando los españoles se dan un golpe de Estado. El virrey Pezuela, que quería negociar en vez de atacar, es depuesto por sus generales que nombran a La Serna. Sin embargo, no reciben refuerzos de España porque por allá se vivía una primavera democrática con una monarquía constitucional, pero unos y otros andaban ocupados en pleitos internos que terminarían con la restauración de una monarquía absolutista en 1823. Igual los refuerzos no habrían llegado porque la Marina chilena, liderada por Cochrane, en apoyo a San Martín, tenía sitiado el Callao. La Serna se retira al Cusco y San Martín entra a Lima, en un enroque sin muertos ni heridos. La proclamación de independencia en 1821 fue un acto de gobierno inevitable por abandono del gobierno español en Lima.
¿Qué pasó después? La Serna, desde el Cusco, controla los minerales del sur andino y bloquea su exportación. Sin minerales, los barcos regresan vacíos a España y cobran doble flete a las importaciones, que se encarecen y escasean. La aduana del Callao deja de recaudar y, sin dinero, San Martín no puede mantener a su ejército y lo pierde. Lo rearma con esclavos, el Batallón de los Cívicos Pardos, pero las haciendas dejan de ser productivas, porque ya no tienen mano de obra. Los comerciantes españoles han huido de Lima y el comercio interno casi desaparece, caos social por desabastecimiento. Sin aduana, haciendas ni comercio, se reducen los ingresos fiscales. En 1821 el déficit es del 75% y se financia con confiscaciones a españoles. En 1822 el déficit es de 50% y se financia con emisión del BCR de entonces (Banco Auxiliar de Papel Moneda). Pero fue una emisión sin respaldo, porque Cochrane se había apropiado de las reservas monetarias en pago por los servicios de la Marina. Devaluación inevitable, la moneda de la república no genera confianza. Un año después se tienen que recomprar los billetes con préstamos de bancos ingleses, se inicia la historia de la deuda externa.
San Martín solo gobernó lo que restaba de 1821, luego se fue a buscar a Bolívar. En su lugar dejó a Monteagudo, que ganó mala fama por más confiscaciones y expulsiones de españoles; se inicia la historia de violación de derechos. San Martín organiza un Congreso Constituyente a fines de 1822, pero es un fracaso. Le suceden tres gobiernos (La Mar, Riva Agüero y Torre Tagle). La mitad del territorio todavía estaba bajo control español y entran a Lima hasta dos veces. Luego llegaría Bolívar, ganaría la guerra, pero empezaría la dictadura. Así fue como nacimos a la independencia, sin mucha fe en la república porque ella nos daba golpes de Estado, crisis económica, caos social, bancarrota financiera y una enorme incapacidad para administrar el gobierno. La mejor manera de celebrar la independencia es aplicar las lecciones aprendidas: el éxito en la política requiere una economía fuerte y una élite que sepa administrar el gobierno. Que así sea.
Nota: mejor información en El Perú y la difícil transición de la colonia a la república, de Charles Walker; en La Condena de la Libertad, de Vergara y Drinot; y en La caída del gobierno español en el Perú, de Timothy Anna.
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