(EFE/ Elvis González).
(EFE/ Elvis González).

Lo sucedido en Chile debe ser un ejemplo para el Perú y cualquier país que busque cambiar su constitución por motivos simbólicos.

El nacimiento de una constitución no garantiza su legitimidad ni que esta sea buena. La Constitución chilena fue producto de una dictadura, y gracias a ella y a las modificaciones que se le hicieron en democracia, no solo se logró alcanzar un gran desarrollo y niveles envidiables de bienestar, sino que, mediante reformas, incluso se permitió convocar a una constituyente para reformarla. A pesar de ello, sectores de izquierda y progresistas buscan decorar las palabras ´”pacto social” y “constituyente” con simbolismos y términos vacíos que, más allá de la dosis de soberbia y moralina de ciertos intelectuales, no genera ningún impacto en la vida de los ciudadanos.

El aprendizaje de Chile debe basarse en entender que si se le quita todo el romanticismo a una constitución y al proceso que la da a luz, solo queda un texto importante donde se limita al Estado y se establecen derechos de los ciudadanos frente a este. En ese contexto, se debe entender que un proceso constituyente implica poner en revisión absolutamente todo el ordenamiento jurídico a manos de un grupo surgido en un momento de pasión electoral, y cuyo resultado difícilmente pueda gustar a todos. Por ello, es mejor que un poder legislativo, con atribuciones claras, sea el que revise la Constitución, como se ha hecho en las últimas décadas. Porque, como vimos en Chile, en la primera constituyente la derecha vaticinó el fin; mientras que en la segunda lo hace la izquierda. Cada vez que la izquierda o intelectuales progresistas romanticen los “procesos constituyentes”, habrá que recordarles que de simbolismos no se come; si así fuera, Bolivia no habría colapsado.