Hace exactamente dos años, el entonces presidente Vizcarra dio un mensaje a la nación en que confirmó lo que ya muchos temíamos: que ese extraño virus proveniente de China era cosa seria y que demandaría cambios tangibles en nuestras rutinas. Aunque intuimos que el estado de emergencia nacional duraría más de los 15 días anunciados, pocos anticiparon que el COVID-19 seguiría afectando nuestras vidas en 2022.
Recién estamos empezando a comprender el verdadero costo de esta pandemia, en especial, la cantidad de vidas perdidas y afectadas irreparablemente. Aunque la cifra oficial es de 6 millones de vidas, estimados de excedentes estadísticos sitúan el número alrededor de los 20 millones. Y ese brutal indicador no dice nada de las personas golpeadas económica y emocionalmente.
Aunque sintamos que estamos en la fase final, la realidad es que estaremos lidiando con sus secuelas por muchos años. Crisis tan absolutas como esta siempre generan efectos de segundo orden. Historiadores ahora ven en la Gran Recesión de 1929 los inicios de la Segunda Guerra Mundial. Recientemente, analistas indican que, sin la crisis financiera de 2008, eventos como la sorpresiva elección de Trump y la salida del Reino Unido de Europa (Brexit) tampoco habrían ocurrido.
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Si somos estudiosos de la historia, podemos anticipar turbulencia en los próximos años en distintos rincones del mundo, en especial en los más afectados por la pandemia.
En Perú que, en dos años pandémicos hemos visto a cuatro presidentes, es sensato asumir que sin COVID no tendríamos a Castillo en el Palacio de Gobierno. Pues el virus desnudó inequidades que llevaron a millones a votar por una apuesta arriesgada. Tristemente, también tendremos que lidiar por años con las secuelas de este mamarracho de gobierno.