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Entre dos fuegos

“El presidente supo leer muy bien el descontento popular y lo convirtió en su espada. Pero eso no va a ser suficiente para soportar el embate de la información que llegará pronto desde Brasil”.

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Una de las preguntas que más ha rondado por mi cabeza es cómo pasará esta primera mitad del quinquenio que PPK inició a la historia. Por un lado, podría ser recordado como un tiempo de crisis absoluta en cada una de las partes del aparato estatal y de un nivel de corrupción expuesto que gangrenó al sistema de administración de justicia y a la clase política en general. Por otro lado, podría ser también recordado como un quinquenio republicano e institucional. En donde todas la barreras constitucionales se pusieron a prueba, pero resistieron.
En realidad, la respuesta a esa pregunta dependerá en buena cuenta de lo que el presidente Vizcarra haga a partir de los primeros días de enero. Su popularidad, que es inmensa, lo hace muy poderoso frente a la ciudadanía. Pero es una popularidad consolidada a partir de la dialéctica.
El presidente supo leer muy bien el descontento popular y lo convirtió en su espada. Pero eso no va a ser suficiente para soportar el embate de la información que llegará pronto desde Brasil y la inmensidad de trabajo pendiente desde el Poder Ejecutivo.
Pienso que Vizcarra ha hecho en este 2018 lo que tenía que hacer: equiparar el poder desmedido que tenía el Congreso, conectar con la gente y –sobre todo– ofrecer un liderazgo a un país que andaba por ratos como pollo sin cabeza.
En este 2019, no obstante, su principal énfasis debería estar en continuar con lo empezado, en retomar la bicameralidad y sobre todo en ejecutar desde cada área del Gobierno dejando de lado el populismo que quizá fue una concesión política necesaria este año, pero que a largo plazo siempre pasa factura.
Los ciudadanos, mientras tanto, deberíamos evitar quedar atrapados entre estos dos fuegos que se han iniciado entre quienes creen que Vizcarra, Pérez y Concepción son Grau, Cáceres y Bolognesi, mientras que Keiko Fujimori es la personificación del demonio. Porque a las cosas hay que llamarlas por su nombre: los primeros –bien o mal– están haciendo su chamba. La segunda es inocente –así como todos los demás acusados– hasta que un juez diga lo contrario. Así que tocaría temperar un poco las aguas y esperar vigilantes.
La polarización en la que hemos andado durante todo este año no suma a nadie. Que los partidos políticos se destrocen, tampoco. Más bien, este frenesí por apedrear al enemigo político de turno va a traer dos consecuencias irreversibles: la primera es que se está sembrando una década de rencores por cobrar y la segunda es que se está fertilizando el terreno para que un radical tome el poder. Ninguna conviene. No pensemos en 2019 por una vez, sino en 2039. A ver qué pasa.
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