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Pablo Secada: El Presupuesto que queremos

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El ministro de Economía presentó al Congreso el proyecto de Ley de Presupuesto de 2018. Él ya fue ministro y servidor público. La viceministra de Hacienda es una de las economistas que más sabe de presupuesto por resultados. Carlos Oliva, un antecesor reciente, es otro. El director de Presupuesto tiene años en el puesto. Ascendió dentro de Hacienda. Sobra experiencia y la visión moderna no es ajena al equipo.
Pero estamos lejos de lo que quisiéramos. Describo un estándar mejor a continuación. El presupuesto debe asignarse en función de los resultados; es decir, a partir del impacto de las intervenciones públicas a las que se asigna un techo presupuestal. Los resultados se aproximan a través de evaluaciones independientes. Centros de investigación o universidades evalúan el programa público. Se le asigna más presupuesto al que sale bien. Se cierra, en el otro extremo, el que no.
También se recurre a indicadores de desempeño. Estos permiten comparar colegios, institutos, universidades, centros de salud, entre otros bienes o servicios públicos. Se puede elegir a los mejores ejecutores de política pública favorablemente evaluados.
Los sistemas financieros y de inversión pública del Estado son fácilmente comparables ahora. Alcaldes, gobernadores y ministros deberían rendir cuentas a los ciudadanos a partir de evaluaciones, indicadores de desempeño, costos unitarios (de cada km de vías comparables) y otros. Los contratos de obra deberían estar asociados a los de mantenimiento. Acá se mantiene una fracción de lo que se debería. La meritocracia debería ser la que nombra, cuando acá un nombrado repuesto es imposible de despedir, y los aumentos usualmente no guardan relación con el desempeño.
Este es el reto, no comparar techos presupuestales o niveles de ejecución de malos programas públicos. La politiquería y la corrupción nos llevan al juego del presupuesto inercial, asignado en una caja negra, luego distorsionada por la politiquería.
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