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No hay caudillo bueno
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Hay líderes que se sienten únicos, irrepetibles, insustituibles e indispensables; como árboles grandes que dan tanta sombra que no dejan asomar ninguna flor.
Son líderes que se oponen a generar nuevos liderazgos y a cualquiera que destaque entre los suyos lo sienten una amenaza, lo hacen su enemigo y ven la manera de desaparecerlo e incluso hasta de aniquilarlo. Estos son los peores y tenemos muchos ejemplos.
Su sensación de omnipotencia los hace sentirse dueños de la historia y cuando la situación es extrema y acceden a ser reemplazados, su mirada, como una enfermedad, solo les permite ver de cerca, solo son capaces de ver a su familia. Por eso Fujimori dejó a su hija, Fidel Castro dejó a su hermano, Néstor Kirchner dejó a su esposa, lo que demuestra que de derecha o de izquierda, en la región el caudillismo es una enfermedad aún sin controlar.
Pero por encima de la hemofilia del poder y las alucinaciones de perpetuar un “linaje” tenemos a los que se sienten súper caudillos y no miran ni siquiera a su alrededor, solo se miran al espejo.
Esos caudillos son los más perniciosos porque en algún pliegue de su cerebro está enquistada, como un tumor, la convicción de que solamente ellos lo pueden lograr, lo cual es absolutamente falso, pues nadie es indispensable.
Así se han destruido muchos proyectos políticos, así se han roto las aspiraciones democráticas de colectivos que entregaron sus vidas a un proyecto de transformación donde ellos, y no el caudillo, eran y debieron ser los protagonistas. Los proyectos políticos no son de un individuo son de la gente, son de los colectivos.
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