Música contra miseria
La comparación sonará cruel, pero me sirve para lo que quiero ayudar a demostrar. Déjenme proponer el siguiente ejercicio: pensemos en dos jóvenes peruanos contemporáneos, ambos de edades similares, ambos famosos por las razones más opuestas, el uno en las antípodas del otro. Pensemos, por un instante, en Juan Diego Flórez y en Canebo. Imaginémoslos de niños, en sus casas. La misma época difícil, el mismo difícil país. Imaginémoslos a ambos, de diez años. ¿Clases sociales distintas? Seguro. ¿Padres ausentes? Los dos. Uno creció rodeado de instrumentos musicales. El otro, de armas de fuego. ¿Qué es lo que hizo que el uno optara por el bel canto y el otro, por el crimen? ¿Qué catapultó a uno a los grandes escenarios del mundo y precipitó al otro al abismo sin fondo de las prisiones? ¿La pobreza, solamente? ¿El talento, nada más? En una de estas dos infancias existió algo que en la otra no. En una de estas dos vidas se cultivó el espíritu: la armonía, el arte, la música, la belleza.