‘Mujercitas’, ayer y hoy. (Getty)
‘Mujercitas’, ayer y hoy. (Getty)

En 1868 Louisa May Alcott escribió Mujercitas. 150 años más tarde, con 10 millones de ejemplares traducidos en 50 idiomas y ocho películas para cine y televisión –la última versión, protagonizada por Saoirse Ronan y Meryl Streep, se estrena en diciembre–, la historia tiene un par de arrugas pero no ha envejecido.

Las aventuras de la cuatro hermanas March –Meg, Jo, Beth y Amy– siguen fascinando a niñas y no tan niñas; confieso que fue mi lectura de cabecera durante varios años. ¿Qué las hacía tan entrañables? Quizás porque, a pesar de que Alcott insistía en su pobreza, las March vivían en una casa acogedora, luchaban por ser independientes y las veía con muchos más recursos que las niñas que me rodeaban. Además, las Navidades March eran blancas –mientras que Lima hacía un calor del ajo– y las hermanas, a pesar de ser pobres, tenían lindos vestidos, licencia de la autora.

Casi todas las escritoras feministas que leyeron Mujercitas –de Simone de Beauvoir a Susan Sontag– se identificaron con Jo, la rebelde aspirante a novelista, el autorretrato de la propia escritora. Yo siempre quise ser Meg, la que aspiraba a la felicidad doméstica sin sorpresas. Toparme con la realidad de la mujer en Latinoamérica me hizo ver lo equivocada que estaba y me transformó en Jo.

En nuestros días es políticamente correcto sostener que las mujeres se educan igual que los hombres. “Mi hija, o mi nieta, se acaba de graduar de la Católica o la de Lima. Eso ya cambió. Son otras épocas”. Correcto. No recuerdo una sola mujer profesional entre mis amigas de juventud, todas eran Meg. Hoy hay mujeres llenas de diplomas en todas las actividades del país, pero el poder económico sigue en manos de los hombres. Entre los seis multimillonarios peruanos hay solo una mujer y nunca manejó su fortuna.

Entre las 17 empresas de las familias más ricas del Perú sola una está dirigida por una mujer. Sí, hay igualdad de género, lo que no hay es equidad. Las pocas mujeres que se sientan en directorios a menudo son tratadas como Amy o siguen actuando como Meg. Las Jo incomodan, lo sé.

Las mujeres no ingresan al Club de Toby, donde anida el poder, y aún no han entendido que todos los diplomas y las maestrías no les darán entrada. El poder se toma, y siempre es por la fuerza. Algunos hombres que hoy están al mando de empresas no tienen pergaminos, pero no tienen miedo a nada. Las mujeres, en cambio, sí. Tienen miedo al rechazo, al qué dirán, a ser consideradas poco femeninas, a ser unas hijas de puta, cosa que a los hombres les tiene sin cuidado. La primera multimillonaria en la historia que no heredó ni se casó con plata fue Coco Chanel. Se abrió paso a codazos, con una vocación inquebrantable. Amó a varios hombres y a alguna mujer. Entretanto, levantó un imperio que crece y sigue allí un siglo después.

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