No porque sepamos que llovemos sobre mojado dejaremos de denunciar el profundo deterioro de la clase política peruana que se expresa casi cotidianamente en el actual Congreso de la República.
Más para mal que para bien los partidos políticos parecen ser una especie en extinción. Es decir, agrupaciones políticas con estatutos, estamentos dirigenciales, número determinado de locales en Lima y regiones, doctrina, sistemas de democracia interna y demás. Partidos como los de antes, que dirían los abuelos, ya casi no existen.
Lo dominante en el escenario político de estos tiempos son los rótulos con inscripción en el Jurado Nacional de Elecciones y que suelen alquilarse al mejor postor. Un dudoso modelo de negocios que se ha dado a llamar “vientres de alquiler”, cuyos dueños aparecen y prosperan cada vez se avecinan comicios de alguna magnitud, negociando el cobijo de candidaturas bajo su nombre o membrete legal.
En estos “partidos” o “frentes”, como es obvio, no es para nada extraña la volatilidad de sus membresías: total, la ideología, el programa, las lealtades, la disciplina interna, son lo de menos. Los políticos migran de un “partido” a otro como quien muda de ropa interior. Y la llamada contrarreforma electoral iniciada por el anterior Parlamento y terminada de ejecutar por el actual no ha hecho más que consolidar esa práctica malsana, tan dañina para la credibilidad de nuestra democracia.
El reflejo de la descomposición moral a que ha llevado semejante volatilidad partidaria es la arraigada “costumbre parlamentaria” del transfuguismo, que por estos días se expresa en la bancada de Podemos Perú, de José Luna Gálvez, un auténtico vertedero de lo peorcito del Congreso. ‘Niños’ de AP, ‘mochasueldos’, miembros del Fenatep-Movadef (brazo magisterial de Sendero Luminoso), sentenciados por corrupción, sujetos investigados por delitos de concusión, ineptos exministros castillistas y un dechado de joyones que, sin embargo, todavía pueden ejercer la condición de parlamentarios.
Pero eso no es todo. Esta cueva de Alí Babá se ha convertido, además, en una fuerza decisiva en el hemiciclo de la Plaza Bolívar, pues con su bancada de 14 legisladores pueden torcer o pactar las votaciones que les venga en gana (o, más bien, que convengan a sus oscuros negociados).
Así, la democracia y el futuro del Perú quedan una vez más en la estacada por obra y gracia de un Poder Legislativo que no deja de empeorar.