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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

"Qué sexy el camioncito", decía para sí mismo un inspirado y risueño Manolito –el metalizado amiguito de Mafalda– mientras observaba el paso de un camión blindado.

En 1997, yo trabajaba en el mercado de capitales. Hacía no tanto se había destapado el escándalo de Tagal: una corredora de valores que empeñaba las acciones de sus clientes a nombre de ellos mismos, pero sin su conocimiento, para comprar más acciones para la propia corredora. Cuando Tagal no pudo pagar los empeños y se procedió a liquidar las garantías, se descubrió que no estaban. Tagal había vendido hasta las garantías.

Había funcionarios que gestionaban las acciones de sus clientes y que les enviaban a estos reportes falsos y cheques con pequeñas ganancias para mantenerlos tranquilos mientras remataban todo, y con esa plata se daban la gran vida. Aprovechando que muchos cheques para clientes se giraban al portador para que pudieran ser cobrados por los mandaderos, algunos funcionarios pasaban por la mesa de liquidaciones y se los levantaban sin roche.

Había operadores que le aconsejaban a su cliente vender acciones para comprarlas ellos mismos y, luego de que subían –porque así estaba calculado–, se las revendían con la excusa de que "nos equivocamos, hay que recomprarlas". ¿A qué voy con todo esto? A que esto sigue pasando y los autores de esos robos son conocidos, pero ninguno está preso o, si lo estuvo, fue por pocos meses.

Cuando las personas dicen que el Poder Judicial ya te absolvió o no te procesó, como si eso fuera un sello de garantía en el Perú, me dan arcadas. Ah, no, miento, hay uno que sigue preso. Un portero que no vio nada y con abogado de oficio. Esos fueron nuestros veinte años de crecimiento económico.