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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Esta semana se celebran las reuniones de APEC. Gracias a eventos como ese, hace tiempo que el Perú está en la mira de cientos de miles de inversionistas de todos los países –y no precisamente por el cebiche o el pollo a la brasa–.

Recuerdo a un presidente explicando que, entre otras cosas, estas reuniones nos sirven para poner la casa en orden –o algo muy parecido–. Porque en el Perú la gente se esmera más en poner su casa bonita para la visita que para sí misma.

Alguna vez, otro presidente –o su sobrino, no estoy seguro– propuso tapar todo el camino que llevaba del aeropuerto Jorge Chávez a San Isidro para que los visitantes no se llevaran una mala imagen del Perú. No, no es broma.

Por un tiempo funcionó. Además de modificar el tránsito y quitar a la gente de la calle dándole feriados, se arreglaban las pistas, se pintaban las fachadas y se ponían policías impecables en cada esquina. Por unos días, el circuito por el que se movían los participantes del evento parecía Suiza y no el Perú.

Porque el Perú es, por ejemplo, los cogoteros de la Túpac. Los taxis de los secuestros al paso en Trujillo. La Culebra del Sur en Puno. La gente ploma de La Oroya. Los niños muertos de frío. Los derrames de petróleo recurrentes. La minería ilegal y la trata de personas en Madre de Dios. Los ancianos que amanecen en la calle haciendo colas inmensas para que los atiendan en algún hospital.

Pero hoy, sobre todo, el Perú es Cantagallo, a tiro de piedra de Palacio de Gobierno y de la municipalidad, donde decenas de niños siguen respirando las cenizas de lo que fueron sus casas sin que ninguna autoridad se compre el pleito.