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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Empecé a trabajar a los 18 años. Practicaba en la rueda de bolsa de la Bolsa de Valores de Lima. Desglosaba las papeletas de las transacciones que realizaban las sociedades agentes de bolsa y las colocaba en sus respectivos casilleros. La tarea, mecánica, no le dejaba nada a uno.

Asumo que aquello sería como es hoy poner hamburguesas a la parrilla en un McDonald's pero claro, no había McDonald's, era 1990 y solo había Bembos (y era una bendición). Poco a poco fui ascendiendo en la cadena y pasé de desglosador a pizarrero (uno de los que escribían los precios que dictaban los operadores de bolsa), luego pregonero (el que gritaba esos mismos precios a través de un micrófono para que todos, incluyendo el pizarrero, escucharan las propuestas) y, finalmente, al cabo de más o menos año y medio y una rapada de cabeza algo radical, asistente del director de rueda. Trabajaba de lunes a viernes de 9:30 a.m. a 12 m., con un receso de 30 minutos a las 10 a.m., y mi primer sobre (sí, sobre) contenía S/.36.50 que alcanzaban, entonces, para más o menos dos cajas de cerveza o su equivalente en cualquier alcohol.

Mi último sueldo en la bolsa, ya contratado en 1993, fue de S/.1,600 al mes, cuando el tipo de cambio rondaba los S/.2.8. Me pidieron que no me fuera, que la calle era dura, que la bolsa era como una familia, que lo consultara con la almohada. Pero el sueldo en el otro lugar era mejor y el vértigo de lo que acababa de empezar me llamaba la atención más que cualquier otra cosa hasta ese momento de mi vida.

Y me fui. Nunca más tuve un horario fijo y nunca he vuelto a trabajar tan cerca de gente tan corrupta con la que le gritábamos "ociosos, vayan a trabajar" a los que salían a marchar para que se fuera Fujimori. Tengo 42 años y soy periodista. Y no tengo feriados.