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Los juegos del hambre

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Antes de ser Diego Maradona era simplemente el Pelusa. ¿Qué querés hacer? Jugar en la selección … y ser campeón del mundo. Para los calichines de entonces esa era la respuesta correcta. Para el Pelusa no era una muletilla, era lo único que quería desde que había empezado a pelotear. Su vida transcurrió en dos partidos, como si fuese una tanda elimininatoria. En el de ida, en cancha ajena, fue de gloria y lo ganó todo. En el de vuelta, en casa, fue una desgracia y lo perdió todo. Le ganaron el alcohol, las drogas, la codicia de su entorno y las malas compañías en política.
En 2005 se autoentrevistó. Si tuvieras que decirle unas palabras en el cementerio a Maradona, ¿qué le dirías? Pondría una lápida: “gracias a la pelota”. La pelota fue su idioma y su felicidad. La dominó como nadie y nos quedamos deslumbrados con su destreza. No vimos la procesión por dentro. Fue llamado a la selección de mayores para España 1982. El campeonato empezaba cuando Argentina caía derrotada en la guerra de Las Malvinas. Si algún consuelo se debía al pueblo argentino era repetir el campeonato logrado en casa en 1978. Pero fue un desastre. Una de las mejores selecciones argentinas, con Diego en juventud, no pudo ganar un solo partido en la segunda ronda.
En marzo de 1981, Queen lo invitó a compartir escenario en un concierto. Freddie Mercury vestía la camiseta argentina y Diego una con la bandera del Reino Unido. Era el aprecio recíproco. Pero, a partir de la guerra, esa foto lo torturó. No le perdonaban haber lucido la bandera enemiga. En mayo de 1980, Inglaterra humillaba a Argentina 3-1 en Wembley. Diego acumulaba broncas. Se desquitaría en Mexico 1986, ganado a Inglaterra con sus dos goles más famosos: el de la mano de Dios y el mejor de la historia. Campeonó. Había nacido un Dios. En el mundial de Italia 1990 a Diego le rompieron el tobillo al tercer partido. Se infiltró analgésicos para seguir jugando. Dice que no sentía dolor, solo ganas de ganar. Perdió la final contra Alemania. En la derrota, su sacrificio lo hizo más Dios que antes.
Hasta en el fútbol no todo le fue fácil. Tuvo derrotas y dolores. Por eso, al que hay que llorar es al Pelusa del primer tiempo, el que a punta de coraje venció miserias y fama, al que tuvo hambre por seguir sus sueños, al que regalaba victorias de alivio. Preguntado por su muerte diría que quería envejecer con sus nietos. Eso sería morir una muerte tranquila dijo. Que en sus últimas horas, una sonrisa de algún chiquitín le haya llevado ese alivio que se merecía. Gracias, Pelusa.
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