Cualquier adicción, ya sea a una conducta, a una sustancia, o a una persona, habla de una búsqueda de un analgésico.

Y así como está comprobado que cuando una persona es agredida físicamente enciende la misma parte del cerebro que cuando es agredida psicológicamente, también se ha descubierto algo interesante recientemente: algunas personas —que tienen dolor emocional somatizado en el cuerpo— reaccionan bien a los analgésicos y antiinflamatorios, les baja la ansiedad, las ganas de comer por gula, incluso se “desdeprimen” un poco. Esto, por supuesto, no significa que se deban usar los analgésicos como antidepresivos o ansiolíticos, pero comprueba una vez más que las personas que caen en adicciones, ya sea a las drogas, al alcohol, a la comida, etc., están todas buscando lo mismo: un analgésico, algo que calme el dolor. Por eso millones se vuelven adictas a los “pain killers”. Entonces, hay que comprender que hay dolor, pero buscar soluciones no abusivas. Se tiene el prejuicio equivocado de las personas que tienen adicciones como si fueran tontas o culpables porque “eligieron” meterse en un vicio, pero lo cierto es que sufren desde antes de ser adictos. Es decir, las heridas preceden la adicción. Y después, por supuesto, la adicción trae más dolor porque no resuelve el problema. “El remedio” se vuelve peor que la enfermedad. Lo que hay que curar es lo que está detrás de la adicción.Y lo que uno siempre encuentra cuando empieza a explorar la vida de la persona es una historia de trauma, dolor o sufrimiento. Es una enfermedad del alma. Ahora bien, el que es más duro podrá decir: “Pero todos tenemos en nuestra historia algún episodio de trauma o duelo y no todos somos adictos”. A lo cual yo respondería: en primer lugar, si te analizas bien, estoy seguro de que encontrarás que tú mismo tienes algún vicio, cuando no una adicción. Y lo segundo, y más importante, es que hay almas más sensibles que otras. Y también hay traumas y traumas.

Por otro lado, y para complicarlo más, vivimos en la era del “quick fix”. Es decir, queremos soluciones rápidas, simplistas y escapistas. Vivimos en la época de la evasión y el escape, del alivio instantáneo, la satisfacción rápida y, cuando aparece el dolor, buscamos solo la anestesia. Pero la anestesia no cura, solo quita el dolor temporalmente.

¿Qué es lo que sí cura? La empatía, la compasión y el entendimiento de la propia historia a mayor profundidad. Es muy importante la reconciliación de nuestra historia personal, el acompañamiento, la ayuda profesional y por supuesto todas las cosas buenas, ricas y placenteras de la vida mientras que sean con moderación. En el mejor de los casos, si se logra todo lo anterior, no significa tampoco que habrá una ausencia total del dolor; parte de la “cura” es aprender a convivir con un dolor tolerable. Aprender a tolerar las tensiones normales de la vida. Pero, si el dolor no es tolerable, uno tiene el derecho de recibir ayuda. Y los demás, el deber de ayudar.

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