(GEC)
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Las reglas de juego para la elección del siguiente Congreso han ido estableciéndose por partes, dando vida a un paquete normativo que todavía se ve desarticulado e incompleto. En parte, es sintomático de la acefalía de los partidos que han pasado por el Congreso disuelto y el actual. Salvo contadas excepciones, los legisladores se representan a sí mismos. Su agenda es una celebración de los intereses más individualistas.

Aún así, gracias a la presión ciudadana y de especialistas como Fernando Tuesta y Martín Tanaka, que han venido echando carbón a la caldera, la reforma política ha mostrado avances, aunque todavía es posible ir un poco más lejos de cara al 2021: se puede y debe eliminar el voto preferencial esta semana, la última de la legislatura.

Que no sea posible celebrar primarias abiertas y simultáneas debido a la crisis sanitaria significa, lamentablemente, un debilitamiento de las bondades que traerá la erradicación del voto preferencial. Pero eso no justifica conservarlo: se trata de un mecanismo que ha demostrado lo pernicioso que es para la representación política. Este es un caso en el que lo perfecto es enemigo lo bueno. Si se tienen los votos para cambiar esa regla, los reformistas del Congreso no pueden desperdiciar la oportunidad y dejar para mañana lo que se puede liquidar hoy. Es una buena señal que legisladores de distintas bancadas piensen igual.

Eliminar el voto preferencial es el paso esencial para que los partidos dejen de ser las combis electorales que son hoy, sin identidad ni consistencia. De aprobarse, eso sí, se necesitarán reglas estrictas que aseguren verdaderas elecciones internas bajo la lógica un militante un voto. Con ello, aunque la reforma seguirá incompleta y el resultado del 2021 no sea necesariamente mejor que lo que se tiene hoy, estaríamos fundando las bases que permitan construir una realidad política menos triste.