Liderazgo parlamentario

A estas alturas los peruanos tienen muy claro que el próximo Congreso de la República será uno de los más atomizados de las últimas décadas. Y nada bueno augura semejante fragmentación, pues el presidente que salga elegido deberá tener una enorme capacidad de convocatoria y de conciliación de intereses para poder lidiar con los microliderazgos que oficiarán desde el hemiciclo.

Se trata, por otro lado, de una dispersión de voluntades políticas que sin duda alguna tendrán bajo amenaza la gobernabilidad del país, pues, por añadidura, viene con una polarización ya notoria desde el inicio de las campañas y el lanzamiento de los candidatos. Una polarización que ciertamente se agudizará durante los enfrentamientos que precederán a la más que segura segunda vuelta.

Como en estas páginas ha dicho un postulante al Parlamento, de mantenerse esta polarización tendrá un costo enorme para el Perú, por las circunstancias en que actualmente se encuentra, sufriendo los rigores de la pandemia con un proceso de vacunación moroso, lento y en un contexto de debacle económica que está costando, incluso, comenzar a revertir.

Los discursos extremistas desde ambos lados del espectro ideológico han primado sobre los planes sensatos y consistentes. Las promesas desorbitadas cruzaron el aire sobre verbos recurrentes como “prohibir”, “exterminar”, “disolver”, “clausurar”, “expulsar”, amén de las afiebradas “penas de muerte” a los corruptos.

Para que el Perú no vuelva a caer en esta dinámica confrontacional entre los poderes del Estado, que únicamente beneficia a los enemigos de la democracia y la modernidad, el próximo presidente deberá tener no solo muñeca política sino saber elaborar consensos para planes de largo plazo, apaciguar los extremismos y pactar acuerdos que le permitan salir del atolladero al país.

Algo que solo se logrará con una economía competitiva, abierta a los mercados internacionales y favorable a la inversión, venga de donde venga. Otro quinquenio perdido sería fatal para el país.