(GEC)
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Asumiendo su rol de matón oficial de Perú Libre, hace dos noches Guillermo Bermejo –investigado por el Poder Judicial por sus vínculos con Sendero Luminoso en el Vraem– volvió a amenazar a los peruanos. Ocurrió durante un evento público en la plaza San Martín, organizado para contrarrestar las manifestaciones en contra del gabinete Bellido. Esta vez, las amenazas apuntaron al Congreso de la República, al que advirtió a voz en cuello que lo cerrarían “si no les gusta ningún gabinete”.

A lo que agregó, en el mismo tono vociferante, “si al Congreso no le da, [ya] estamos buscando millones de firmas. Hay tres caminos que pasan por el Congreso, [pero] el cuarto camino es el referéndum directo para reformar la Constitución…”. O sea, el plan maestro de Vladimir Cerrón. Directo y sin anestesia.

Lo de Bermejo no es nuevo. Cada vez que abre la boca es para tratar de intimidar a todo lo que le salga al frente del camino de su partido hacia lo que ellos denominan “toma del poder”: la democracia, los partidos, las instituciones, la prensa libre. Lo que llama la atención, no obstante, es que el presidente Pedro Castillo, al menos oralmente, había ya desestimado esa vía cuando anunció que ese proyecto (“ya que no tenemos los votos necesarios”) iba a pasar por la aprobación democrática del Parlamento.

Se hace patente, una vez más, que lo que desde Palacio se dice como con ‘voz quedita’, se convierte en un tímido murmullo apagado inmediatamente por afirmaciones estentóreas de otros cabecillas de PL, como las de Bermejo o las de Guido Bellido en el diario El País, de Madrid, donde –con claridad meridiana– vuelve a la carga también con lo del referéndum para cambiar la Constitución: es decir, si no cerrarlo, ya que estamos en plenas olimpiadas, la estrategia es saltarse a la garrocha al Congreso.

Que un congresista y un premier, conocidos ambos por sus simpatías o posibles vínculos con el terrorismo, sigan demostrando su desprecio por la democracia, sin duda, no extrañará a nadie en el Perú. La estrategia de la escopeta de dos cañones que hizo célebre al aprismo parlamentario ha sido fatigada desde entonces por distintas tiendas políticas. Pero que la palabra de un presidente de la República tenga un peso tan insignificante, si no nulo, entre sus correligionarios, es no solo triste, sino, sobre todo, vergonzoso.