(Getty Images)
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Cambios muy profundos están ocurriendo en la sociedad global, algunos que se pueden observar, otros que se pueden intuir, y –lamentablemente– muchos que no se pueden entender. La masacre en Las Vegas, ocurrida en la noche del domingo, es un claro ejemplo de esto último. ¿Qué puede llevar a una persona a disparar sin compasión a miles de indefensos e inocentes desconocidos? La “maldad”, sin duda, no es un motivo suficiente. “Es un desequilibrado, un psicópata”; igual, es obvio que solo una persona enferma puede llevar adelante dicha atrocidad, pero deja de ser una explicación absoluta.

Stephen Paddock, un contador jubilado de 64 años, desató el infierno sin dar explicaciones, dejar razones o mostrar signos de alerta que pudiesen evitar este baño de sangre. No tenía, hasta donde sabemos, afiliación a cualquier grupo radical o violento, ni tenía un pasado militar o alguna clase de vinculación con el terrorismo internacional. Y si bien es cierto que el Estado Islámico se ha atribuido el brutal acto, las autoridades han encontrado razones para descartar el vínculo (el suicidio, por ejemplo). ¿Qué llevó a Paddock a matar a sangre fría a, al menos, 59 personas y herir a más de 500? El nivel de delirio se confunde con la premeditación y el frío cálculo con el cual maquinó su ataque.

El ilegal referéndum en Cataluña, España, sin ser, por supuesto, de la magnitud del ataque de Las Vegas, deja también mucho a la especulación. Que en una región existan deseos separatistas pues no será ni nuevo ni raro, pero que en un país tan desarrollado como España se lleve a cabo, aun cuando ha sido declarado ilegal, pues es un signo inequívoco de cambios radicales. Y la respuesta de los estamentos gubernamentales y la Policía, indefendibles e inexplicables.

Hasta hace pocas décadas, la mayoría asumía que el desarrollo traería consigo un piso mínimo de estabilidad y calidad de vida. Todo apunta a que será mucho más complejo de lo que esperábamos.

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