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La innovación y sus necesidades

“¿Qué investigador, científico o inventor vendrá a trabajar al Perú si no contamos con la capacidad de hacer prototipos?”.

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En el último estudio sobre la competitividad global, preparado por el Foro Económico Mundial, el Perú aparece en el puesto 113 sobre 137 países en el pilar de Innovación. Si nos adentramos en dicho espacio, la pesadilla se explica por sí sola: puesto 105 en protección de la propiedad intelectual, 113 en capacidad para innovar, 123 en gasto de investigación y desarrollo, 77 en aplicación de patentes, 102 en disponibilidad de científicos e ingenieros, y así.
Innovar no será, al menos por un buen tiempo, una meta alcanzable. Sí, nos dirán que si invertimos en programas y organismos, que nuestra biodiversidad, que nuestros estudiantes y sus aspiraciones, y un larguísimo etcétera de deseos y condicionantes. Pero todo ello, como ha sido hasta ahora, serán proyectos personales o gremiales, dispersos, acotados a los intereses de cada uno y, por lo tanto, incapaces de lograr un cambio estructural en el largo plazo.
Por supuesto que la innovación debería ser la aspiración de toda economía que pretenda ser competitiva en el futuro. No hay día en que no se haga público un avance tecnológico significativo, algún descubrimiento respecto a un material o un nuevo uso para uno ya conocido, una nueva cepa para tratar un mal o un nuevo dispositivo que prevenga alguna catástrofe.
Pero que la innovación sea un objetivo deseable no significa que debamos correr hacia el mismo sin reservas, menos aún cuando no contamos con un ecosistema mínimo para que el mismo, destinemos el monto que sea, funcione adecuadamente. Por ejemplo, no contamos con un sistema que proteja debidamente la propiedad intelectual. Es evidente que si un científico o ingeniero no puede proteger su novedosa idea, pues será poco probable que la haga pública o la comercialice en nuestro país.
Innovar requiere de una serie de precondiciones: se requiere de un ecosistema institucional que promueva y proteja la producción de ideas y soluciones; se requiere de laboratorios capaces de innovar, pero también de producir prototipos y trabajar a baja escala; se requiere del capital humano que pueda, en efecto, sacar provecho de dichos laboratorios, así como formular los trabajos necesarios para proteger las ideas creadas; se requiere de una cadena de valor o, al menos, del acceso a una que promueva el fácil acceso y traspaso de información; y se requiere de infraestructura y conectividad, de acceso a mercados y tecnologías, de facilidad y libertad para investigar, entre muchas otras cosas.
¿De qué sirve nuestro inmenso y variado ecosistema si no contamos con los laboratorios o los acuerdos que permitan estudiarlo? ¿Qué investigador, científico o inventor vendrá a trabajar al Perú si no contamos con la capacidad de hacer prototipos? ¿Qué empresa invertiría en el desarrollo de un producto si el acceso al sistema de patentes es tan complejo y deshonesto?
Antes de destinar centenares (o miles) de millones de recursos –que no tenemos– en un proyecto sin estructura o norte, primero debemos dar los pasos iniciales para crear un ecosistema que promueva y proteja la innovación. Si no, será como criar aves rapaces al aire libre.
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