Primer acto: Bajo por la calle. Hay un hoyo profundo en la acera. Me caigo dentro. Estoy perdido, me siento impotente. No es culpa mía. Tardo una eternidad en salir de él.
Segundo acto: Bajo por la misma calle. Hay un hoyo profundo en la acera. Finjo no verlo. Vuelvo a caer dentro. No puedo creer que esté en el mismo lugar. Pero no es culpa mía. Todavía me lleva mucho tiempo salir de él.
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Tercer acto: Bajo por la misma calle. Hay un hoyo profundo en la acera. Veo que está ahí. Caigo en él de todos modos… Es un hábito. Tengo los ojos abiertos. Sé dónde estoy. Es culpa mía. Salgo inmediatamente de él.
Cuarto acto: Bajo por la misma calle. Hay un hoyo profundo en la acera. Paso por el lado.
Quinto acto: Bajo por otra calle.
Este es un texto de un libro que se llama El libro tibetano de la vida y la muerte, de Sogyal Rimpoche. Lo recomiendo mucho. Lo he asociado porque quería escribir hoy sobre cuánto no me deja de sorprender lo que ayuda el recordar la realidad de la muerte, pero también de la vejez y también de la enfermedad. Suena dramático, pero lo cierto es que tener conciencia de la muerte es quizá el regalo más grande para tener una buena vida.
Hay que reflexionar profundamente sobre la impermanencia, como dicen los orientales, y hay que recordar que Jesús murió para dar vida.
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Reflexionar sobre la muerte genera un auténtico y profundo cambio en el corazón y la mente. Y ojo: no tenemos que pensar en ella de manera morbosa o depresiva; lo podemos hacer cuando estemos inspirados, conectados, relajados, y uno experimenta que eso te conecta más con la vida. Los que se aferran demasiado a la realidad concreta son dignos de compasión. Como dice Borges también: “Qué triste es el amor excesivo a las cosas, las cosas no saben que uno existe”.
Las cosas fueron creadas para ser usadas, las personas para ser amadas. El mundo está como está porque las personas están siendo usadas y las cosas amadas.
El mundo material no es malo; al contrario, está lleno de regalos también, pero hay que hacer, además, un trabajo interior. La muerte lo cambia todo. Recuérdenlo. No hay que tenerle excesivo miedo a la vejez, ni a la enfermedad, ni a la muerte, pero sí hay que tenerlas presentes, para agradecer la salud, la vida y el amor. ¡FELIZ NAVIDAD!
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