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La frivolidad del cargo

“Basta ver los escasos o nulos esfuerzos para impedir las contrarreformas políticas promovidas desde el Legislativo...”

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El golpista Pedro Castillo no dejó ninguna valla que igualar o superar. Fue una gestión marcada por la mediocridad, improvisación y trapacería, que coronó con un atentado al orden constitucional y por el cual purga prisión. Quien le sucediese en el cargo, tenía la mesa servida, no se le hubiese exigido mucho a la luz del nefasto gobierno que le antecedió. Bastaba con mantenerse alejado de los escandaletes políticos, transparentar la administración y procurar la calidad del gasto público, distinguiéndose por ser una gestión austera acorde a las épocas de carestía que atraviesa el país.
Por azares del destino le correspondió a una mujer por sucesión presidencial asumir la jefatura del Estado, lo que en sí mismo representaba un hito en nuestra historia republicana. Sin embargo, como opinan muchos, es más de lo mismo, prácticamente la continuidad de Castillo. Basta ver los escasos o nulos esfuerzos para impedir las contrarreformas políticas promovidas desde el Legislativo, ya que más allá de que los parlamentarios que las aprueban tengan la fuerza de los votos, se hacía necesario observar las autógrafas de ley para sentar posición del retroceso que representaban tales normas para el interés general del Perú. Sin embargo, o no fueron observadas o habiéndolo hecho, no se interpusieron acciones de inconstitucionalidad.
Así las cosas, en mi opinión, todo indica que la gestión de la señora Boluarte no dejará legado, más bien se le asociará a la muerte de civiles en el contexto de protestas sociales, a la frivolidad o suntuosidad del uso de relojes de alta gama y joyas de alto precio —de las que se pretexta fueron recibidas en calidad de préstamo de otra autoridad del Estado—, de intervenciones estéticas que la alejaron por días de la agenda pública, del deseo irrefrenable de hacer viajes al exterior en plena coyuntura de investigaciones del Ministerio Público, viajes a los que puede enviarse al premier o al canciller en función a la agenda a tratar. Por ejemplo, el que se viene, cuyo tema expectaticio es la exportación de carne; pareciera literalmente “un viaje a la China”. Y, como cereza del helado, la figura de un vocero del Despacho Presidencial, del que no se tiene registro en el país, porque la vocería oficial del Gobierno recae en la propia presidenta de la República y luego en su primer ministro. No corresponde que un tercero a quien las ánforas no eligieron, sea quien dé las satisfacciones sobre temas de coyuntura que involucran a la alta dignataria. Nuestra Constitución es presidencialista, la llamada a rendir cuentas ante la ciudadanía es quien personifica a la Nación, porque fácil sería elegir un holograma de presidente, y que sea otro quien hable o dé la cara.
Presidenta Boluarte, aún puede darle otro cariz a su gestión.
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