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Jugando en serio

"Como tantas otras veces, un puñado de peruanos nos enseña que no importa qué tan grandes sean las adversidades, se las puede vencer con estrategia, disciplina y coraje. ¿Qué esperamos?”.

Imagen
(Midjourney/Perú21)
Fecha Actualización

Antes de elegir entre Pelé y Maradona, o entre Maradona y Messi, los viejos fanáticos tuvimos que elegir entre Di Stefano y Pelé. Di Stefano ganó casi todo: dos ligas argentinas con el River, tres ligas colombianas con el Millonarios, ocho ligas españolas con el Real Madrid y cinco campeonatos europeos de clubes (la Champions League de ahora). Pero Pelé ganó tres mundiales, el primero a sus 17 años, como nadie.

 A Menotti se le preguntó si había visto a alguien mejor que Messi. Sí, Pelé. Cuando hablamos de fútbol, a Pelé hay que sacarlo, no lo pongas nunca, porque es de otro planeta. La polémica puede ser interminable. Depende de si el factor de competencia es la habilidad técnica, la potencia física, los campeonatos o el impacto cultural. Para mi padre, el mejor era Di Stefano. No le gustaba perder, no ganaba porque fuese el mejor, sino porque quería ganar, las ganas de ganar lo pueden todo, me enseñaba. Para una ama de casa, personaje de Hernán Casciari, el mejor era Maradona. Cuando se moría de drogas, toda la Argentina se puso a rezar. ¿Sabes por qué rezo? Porque hubo momentos en los que no tuvimos nada y vos le dabas alegría a mi familia. Ganaste un mundial de punta a punta. Para mí, fue un invierno horrible, porque solamente podía poner buñuelos de acelga en el almuerzo y buñuelos de acelga en la cena. Pero, si yo le pregunto al Nacho o al Zacarías qué se acuerdan de ese invierno, ellos te nombran. No se acuerdan de otra cosa, no tienen la menor idea de que pasaron hambre. ¿Cómo no voy a rezar por ti?      

Nosotros también tuvimos alivios. Cuando clasificamos por primera vez a un mundial de fútbol, debutamos contra Bulgaria, empezamos perdiendo por dos para ganar por tres (junio de 1970). Nuestras camisetas llevaban cosido un crespón de duelo: un terremoto había matado a miles en la costa norte, un aluvión había sepultado la hermosa ciudad de Yungay y el gobierno militar estaba con eso de la reforma agraria que destruiría nuestras exportaciones. La segunda vez debutamos contra Escocia e igual empezamos perdiendo por uno para ganar por tres (junio de 1978). Por entonces, íbamos a elegir una asamblea constituyente y la democracia nos sonreía, pero Sendero germinaba en la clandestinidad. Vendría el terror, la guerra y miles de muertos más. 

La única medalla olímpica colectiva nos la dio el vóley femenino (septiembre de 1988). También empezamos perdiendo. China tuvo ocho match point para ganar el partido; se lo volteamos. Estados Unidos nos ganaba por dos sets, se lo volteamos. En las semifinales con Japón, volteamos el partido en las agonías del quinto set. En la final nos ganó la Unión Soviética, perdimos la medalla de oro, pero nos quedamos con el más valioso corazón de las chicas. Se lo agradecimos miles en las calles olvidando, por unos momentos, que la hiperinflación se disparaba para convertirnos en un país quebrado por fuera y hambriento por dentro. 

Esos triunfos nos enseñaron el sacrificio de las victorias difíciles y así pudimos recuperarnos del desastre de nuestra vida: volvimos a arriesgar capital privado y ahora somos potencia agroexportadora; volvimos a creer en nuestras Fuerzas Armadas, les dimos autoridad, inteligencia y armas, y vencimos al terrorismo, ejemplarmente, si no fuese por algunos criminales; sinceramos la economía, costó muchísimo ajustarnos aún más el cinturón, pero desapareció la hiperinflación; y organizamos un Estado con profesionales y tuvimos estabilidad monetaria y crecimiento económico.  

Epílogo: sobre las medallas en las olimpiadas de París, Stefano Peschiera nos ha dado una (3ro. en vela) y casi las consiguen Evelyn García (8ta. en marcha atlética), Nicolás Pacheco (6to. en tiro), Alonso Correa (4to. en surf) y César Rodríguez y Kimberly García (4tos. en relevos en marcha atlética), en la mejor cosecha de nuestra historia. Acontece que otra vez, a la sombra de esos triunfos, se agazapan tragedias sociales: crisis económica, crisis política y economías criminales creciendo. Como tantas otras veces, un puñado de peruanos nos enseña que no importa qué tan grandes sean las adversidades, se las puede vencer con estrategia, disciplina y coraje. ¿Qué esperamos? Ponernos camiseta y prepararnos, que sabemos que la victoria es posible, pero cuesta.

 

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