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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

En un país desarrollado, digamos Suiza o Estados Unidos, la estabilidad del mandatario se encuentra garantizada por las fortalezas institucionales. El presidente o primer ministro, ante ciertas coyunturas, puede incluso renunciar (Nixon en el famoso caso Watergate, por ejemplo), pero la estabilidad no está cuestionada por sus niveles de popularidad.

No es el caso de los países que, como el nuestro, sufren de una histórica precariedad institucional. En los últimos veinte años han salido por la puerta falsa presidentes en Argentina, Bolivia y Ecuador, entre otros, por el desasosiego general. No menciono la caída del fujimorato porque, aun con alta aprobación, la legitimidad del régimen estaba herida de muerte.

La popularidad del mandatario es, en dicha línea, crucial en países como el nuestro. Alta popularidad es una moneda rara que permite, además, manipular las cosas a discreción. El caso de Hugo Chávez en Venezuela o Evo Morales en Bolivia son ejemplos para recordar. Baja popularidad, además de moneda corriente, es una tarjeta de invitación a la desestabilización. Alan García sugirió la vacancia de Alejandro Toledo cuando la popularidad rondaba el dígito, al igual que Ollanta Humala haría con él después.

El presidente Kuczynski llegó al poder con un país dividido en segunda vuelta. No obstante, sus primeras cifras de popularidad lo acercaron al 60% y luego al 65%, llenando de algarabía a sus seguidores. Hoy, ya sabemos, las cosas han sufrido un quiebre y queda por ver si esta caída seguirá o se nivelará. Y si bien es cierto que mal haría el presidente en guiarse solo por las encuestas, tampoco puede gobernar desconociéndolas. Porque una cosa es PPK con 65% de aprobación y otra muy distinta será con 30% o menos. Para empezar, ¿cómo será la relación con el fujimorismo? Y luego, ¿cómo actuará la izquierda?

El gobierno de Pedro P. Kuczynski debe considerar los diferentes escenarios que enfrenta en distintos niveles de popularidad. Y, por supuesto, debe preocuparse de su popularidad, y cuanto antes mejor (así no tendrá que recurrir a sofismas como Toledo y Humala).