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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Vivimos en una era de cambios profundos, dramáticos, inesperados. Corrupción a todo nivel y de manera descarada, como es el caso de Brasil; ataques terroristas y fundamentalismos religiosos e ideológicos; epidemias, cambio climático, drogas más accesibles y peligrosas, en fin, una larga lista de razones para pensar en el vaso vacío. Pero los cambios también traen –y de sobra– ejemplos para ver el vaso lleno: la pobreza cae a nivel global de manera dramática, se encuentran curas para los más diversos males, la tecnología avanza de manera sorprendente mejorando día a día nuestra calidad de vida, los ciudadanos se encuentran cada vez más libres y dueños de su destino, y así.

Siempre es difícil hacer un balance a profundidad. Pero tampoco es necesario vivir haciendo sumas y restas. Se trata de hacer lo mejor con nuestras vidas y nuestro entorno, aprovechando para ello las ventajas de la modernidad y nuestro conocimiento. Estar informados no es una obligación ni una necesidad vital, pero sí una manera inteligente de enfrentar el futuro, de tomar ventaja de nuestras fortalezas y habilidades, de interactuar mejor con nuestros pares y la sociedad en su conjunto.

Los medios tenemos, en dicho contexto, un doble reto por delante. Por un lado, soportar lo que pareciera ser un caso de la llamada "destrucción creativa" de Joseph Schumpeter: la digitalización avanza y los medios tradicionales debemos encontrar la manera de establecernos en dicha ruta. Por otro lado, la responsabilidad que tienen ante la sociedad de hoy y del futuro: informar, educar, plantear propuestas, retos, entretener, entre otras, pero en un mundo más "plano", donde las relaciones son más horizontales y abiertas.

Las sociedades abiertas requieren no solo de medios, sino de medios confiables, responsables, metódicos, veraces. Hoy, la relación entre los medios y los lectores es distinta a la de ayer; si antes era una relación casi vertical, hoy se encuentran dentro de un diálogo más íntimo y sincero. Al menos así lo entendemos en Perú21. Por ello es que apostamos por la figura del Defensor del Lector hace 15 meses, y la experiencia solo nos ha reafirmado la validez de la decisión adoptada.

Carlos Basombrío nos deja hoy para convertirse en ministro del Interior. El Perú ganará un gran ministro, y por ello no podemos sentirnos tristes con su partida, sino llenos de optimismo. Conocí a Carlos Basombrío primero a través de sus columnas, como lector y luego como director periodístico de Perú21, pero sobre todo después, cuando le encargamos la Defensoría del Lector. Su aporte ha sido invalorable; su honestidad y rigurosidad nos permitieron trabajar en los espacios de mejora que el diario tenía por delante; los lectores, por otro lado, encontraron una forma de comunicarse con el diario, un espacio donde ser escuchados y atendidos, donde puedan además lidiar sus desavenencias.

Si de balances se trata, en esto sí podemos ser concluyentes: más que positivo y auspicioso. Quince meses después nos queda claro que si queremos continuar elevando los estándares de calidad de nuestra prensa, el aporte de un Defensor del Lector es fundamental. Una mirada crítica que escuche a los lectores y audite nuestro trabajo se hace indispensable día a día, sobre todo en una sociedad como la descrita líneas arriba.

Hace tres meses se despedía del New York Times Margaret Sullivan, la que ha sido su quinta defensora del lector. Sullivan le dio una nueva vida y puso al día el encargo en el diario neoyorkino. Su presencia en redes sociales y su acerada crítica redefinieron lo que debe ser un defensor del lector en el siglo XXI. En una de sus dos notas de despedida dejaba unos consejos, el último de los cuales –y más importante– era: "Por encima de todo, protejan la credibilidad de cara a sus lectores. Establezcan relaciones más profundas con ellos, y encuentren maneras de escucharlos y atender sus preocupaciones".

El trabajo de Carlos Basombrío y el aprendizaje que hemos realizado juntos, durante este año y poco, ha ido siempre en esa línea. Ha sido no solo un baño de humildad, sino una lección constante: siempre se puede mejorar, siempre, y la única manera de avanzar es revisando de manera obsesiva lo que hemos hecho bien y –sobre todo– lo que hemos hecho mal, aprendiendo de esos errores y siendo transparentes de cara a los lectores.

Esperamos pronto brindarles una nueva sorpresa en este campo. Hasta entonces, por favor sigan escribiéndonos, nuestra tarea no acaba y nuestras ganas de mejorar tampoco.