notitle
notitle

Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

En un artículo publicado a fines del año pasado ("Preocupaciones post-CADE"), recordé una advertencia que nos hiciera, en aquel evento, el afamado intelectual Moisés Naím: "Acabado el boom de los metales y del dinero barato, acabado entonces el súper ciclo de crecimiento económico, se acabará el populismo también (o, al menos, se reducirá sustancialmente). En paralelo a estos años de crecimiento, millones de personas salieron de la pobreza y se integraron (se integran cada día) a la clase media. Esto cambia radicalmente el tipo de 'ajuste' que viviremos: el 45% de los latinoamericanos se considera de 'clase media', pero en verdad solo pertenece el 30%; en otras palabras, hay un 15% de personas que se consideran de clase media sin serlo. Esto es importante, ya que significan millones de personas con expectativas de gasto más altas y muy concretas (esperan pronto mejores servicios, mayores bienes, etcétera). El 80% de los encuestados por Gallup cree que dichas mejoras son por mérito propio; no tienen nada que agradecerle al Estado o al gobierno de turno. Más aún: creen que dicha mejora será estable, que no recaerán a una situación de pobreza o indigencia. ¿Cómo impactará el ajuste a estas personas? ¿A quién verán como responsable? ¿A través de qué vías canalizarán dichas frustraciones? ¿Cómo percibirán a la clase política, a sus procesos y personajes?".

Sin temor a exagerar, este es –probablemente– el principal riesgo que enfrentamos como país actualmente: cómo estar a la altura de las demandas de una creciente clase media en un entorno donde ganar competitividad (y, por lo tanto, crecer) es cada vez más difícil. Sé que para muchos la idea detrás de "crecer" implica todo un rollo ideológico y existencial, pero para quienes viven la realidad (léase, se tienen que levantar a las 5 a.m. para tomar dos combis que te llevan, luego de dos horas, a un trabajo en el cual recibes poco más del sueldo mínimo sin ningún beneficio adicional), que la economía "crezca" es más importante que cualquier otra consideración filosófica. El problema, además, no es por el crecimiento, sino por la calidad del mismo, y qué hacemos como país con los recursos que provienen del mismo en calidad de impuestos y otros ingresos fiscales.

Crecer es pues imperativo, y más aún en un país donde cerca del 22% de la población se encuentra todavía bajo condiciones de pobreza y pobreza extrema. Crecer o no crecer no es una alternativa, sino a cuánto crecemos: a tasas de 1% o 2% no generamos el suficiente número de puestos de trabajo que cubran la demanda laboral que se produce año a año (es decir, el número de jóvenes que se integran al mercado laboral después de culminar –o dejar– sus estudios, contando el número de personas que dejan el mercado laboral por enfermedad, edad, muerte u otras razones).

Ese es el problema que enfrentan hoy los países desarrollados: crecen a un promedio de 1% a 2% hace cuatro décadas, con lo cual han sido incapaces de generar puestos de trabajo de calidad que permitan a esa clase media –a la cual hace referencia Naím– acceder a bienes y servicios acorde con sus expectativas. Americanos, europeos y asiáticos ven con preocupación las dificultades que ello representa cada día: jóvenes en paro, exigiendo acceso a vivienda, salud y educación, en un entorno económico global casi estancado, pero con novedades tecnológicas y comerciales casi a diario.

No es pues una discusión menor y no es –definitivamente– una de la cual los peruanos estemos exentos. Si aún no es la preocupación diaria de la gran mayoría es porque, hasta ahora, seguimos creciendo a tasas que minimizan dicho problema. Pero no necesariamente seguirá siendo así. Dependerá, en gran medida, de qué haremos los próximos cinco años: qué decisiones tomaremos respecto de las grandes y medianas inversiones, qué haremos con las inmanejables regulaciones laborales, cómo reduciremos la informalidad, cómo incrementamos la presión tributaria sin aumentar los impuestos existentes, y así. En otras palabras, qué decisiones de políticas públicas tomaremos en los próximos años.

Sabemos que el entorno será más difícil, que la tecnología avanza a una velocidad cada vez mayor y que la mayoría está lejos de nuestro alcance; sabemos que el acceso a financiamiento es fácil para quienes han hecho bien el trabajo, y que el ecosistema institucional es primordial, así como es importante una base mínima de infraestructura y educación de calidad. Tenemos retos muy claros e importantes por delante. Por ello es que, como nunca, importará qué liderazgo, equipo, ideas y propuestas elegimos este 10 de abril.