La gravedad de la situación nos ha hecho olvidar por momentos que estamos atravesando una grave pandemia mundial. (Foto: Anthony Niño de Guzmán / GEC)
La gravedad de la situación nos ha hecho olvidar por momentos que estamos atravesando una grave pandemia mundial. (Foto: Anthony Niño de Guzmán / GEC)

La trifulca política de las semanas que pasaron estuvo marcada por protestas violentas, vacancias presidenciales, nuevos presidentes, caída de ministros, acusaciones desmedidas sobre el accionar policial y la baja ilegal de 18 generales de la Policía Nacional, quienes han tenido que pasar el trago amargo de entregar el mando de la institución a un nuevo jefe que no goza de legitimidad para comandar a los que quedaron. Por otro lado, las muertes aún no esclarecidas de jóvenes en las protestas son la tarea pendiente de todas las autoridades comprometidas para que se haga justicia para todos.

La gravedad de la situación nos ha hecho olvidar por momentos que estamos atravesando una grave pandemia mundial y que el nivel de contagios a los que nos hemos sometido con más de 987,675 personas que dieron positivo durante este proceso (marzo-diciembre 2020) ya ha cobrado la vida de más de 35 mil personas sumiendo a sus familias en el dolor y el sufrimiento.

La segunda ola está a la vuelta de la esquina y, al parecer, los peruanos somos renuentes a entender el peligro de haber decretado libremente y de facto que la cuarentena ha terminado, que el distanciamiento social no es necesario y que el lavado de manos no tiene sentido. Cuánta insensatez.

En países como España y Francia en Europa, o Chile y Argentina en Sudamérica, se han visto obligados (casi por la misma rebeldía social experimentada) a ordenar cuarentenas, obligando nuevamente al encierro a su población, con los estragos que esta medida causa tanto en lo económico y social, y, por qué no, en lo psicológico.

El incremento de la demanda de hospitalizaciones y camas UCI, que si bien es cierto aún no representa un nivel de colapso, no tardará en reflejarse en la puerta de los hospitales si persistimos en creer que no pasa nada y que todo es pasajero. Ya hemos visto como se apilan los cadáveres cuando el incremento de casos deja sin recursos y fuerzas al personal médico.

La cada vez más lejana llegada de la vacuna, tantas veces ofrecida, prometida, negociada y anunciada por los gobiernos de los presidentes Vizcarra, Merino y hoy Sagasti, y hoy desmentida con sutil descaro por parte de algunos ministros, podría ser motivo de indignación de sectores populares que habían centrado sus expectativas para el corto plazo y hoy solo los acompaña la incertidumbre.

Si el gobierno toma la decisión en las próximas horas de decretar una cuarentena, en cualquiera de sus modalidades, obligará a las fuerzas del orden, en especial a la Policía Nacional, a mantener y restablecer el orden público si fuera necesario. No esperamos aplausos como en el mes de abril, solo comprensión de que lo que hacemos es para salvarles su vida, aunque sacrifiquemos la nuestra, y así será siempre, bajo cualquiera circunstancia.

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