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En un sano juicio político y de defensa de la institucionalidad en el país, bajo ninguna circunstancia debe avalarse la actitud que pretende realizar Julio Guzmán para mantener su candidatura presidencial.

Si alguien quiere asumir el cargo más importante, se debe empezar por respetar las reglas. Las presiones mediáticas y de fuerza callejera de ninguna manera son el camino correcto para respaldar una postulación. Un líder respeta la ley y, sobre todo, promueve estabilidad y orden. Supongamos que este candidato fuese presidente. Seguramente no avalaría presiones callejeras e impondría la ley para generar gobernabilidad.

Entonces, ¿cuál debería ser la actitud de Guzmán si el JNE deja sin efecto su postulación? Lo políticamente correcto es que siga trasmitiendo su mensaje, convertir la debilidad en fortaleza y transmitir que no le persiguen intereses inmediatos de acceder a la presidencia.

Que lo que de verdad le interesa es que el país mejore y, con ello, la calidad de vida de los peruanos y que su actitud será la de controlar de cerca al gobierno que se elija ahora, para convertirse en la oposición del mañana. Eso le daría rasgos de estadista. Sin embargo, también, el hasta ahora candidato Guzmán podría optar por el camino de apoyar a otro candidato con el que sienta afinidad programática; de esta forma canalizaría sus votos y reforzaría su percepción de líder nacional.

Como vemos, la política impone destreza y habilidades que tienen que ver con la capacidad de saber revertir las circunstancias. Un político es, sobre todas las cosas, un visionario; su pericia deberá saber hacer coincidir el largo plazo con su presencia en ese escenario. Julio Guzmán tiene la gran oportunidad de convertir lo malo en bueno, de hacer sentir que puede manejar las riendas de la política con inteligencia y, sobre todo, que tiene capacidad de reinventarse. Total, ya es un ganador y tiene por delante mucha tela por cortar.