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La reforma frustrada

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Si había una promesa concreta para lo que quedaba de este quinquenio, esta era la concreción de la reforma política. Sin embargo, con la postergación de las elecciones primarias y la decisión de mantener el voto preferencial, la reforma se terminó de frustrar esta semana. Las próximas elecciones tendrán reglas muy parecidas a las de 2016, pero ahora con la dañina prohibición de la reelección congresal. Es decir, estamos peor que cuando todo empezó.
La pandemia dio el puntillazo a las primarias que se darían en el mes de octubre, pero ya desde antes, ciertas bancadas habían manifestado su ánimo de tirarlas abajo. El COVID-19 les dio la excusa perfecta para postergarlas. Además de debilitar la institucionalidad partidaria, se elimina la valla de 1.5% que se había puesto en las primarias para reducir el número de participantes de las elecciones generales.
En 2021 tendremos, una vez más, decenas de aspirantes a presidente. A ellos se sumarán centenares de candidatos al Congreso compitiendo entre sí, incluso aquellos que van a postular por el mismo partido, lo que se hubiera evitado con la eliminación del voto preferencial. Esta era una pieza central de la reforma política, pero la Comisión de Constitución, inexplicablemente, la descartó.
Lo que sí se aprobó fue la paridad y alternancia, pero con trampa. Para que esta medida tenga un impacto decisivo en la participación de la mujer era indispensable que vaya de la mano con la eliminación del voto preferencial. De hecho, la propuesta inicial era que ambas reformas se voten juntas, pero con el voto dirimente de Omar Chehade se separaron. Un absurdo.
Y la cereza viene con la inmunidad parlamentaria. Durante la última campaña congresal escuchamos a prácticamente todos los candidatos afirmar enérgicamente que la inmunidad no debía ser levantada por el Congreso. Ahora resulta que el predictamen a discutirse este miércoles propone que esta siga en manos del Parlamento.
No toda la responsabilidad de este resultado recae en los legisladores. Desde el primer día, el Gobierno mostró desdén por el trabajo con el Legislativo, con lo que resulta imposible concretar cambios estructurales. ¿Cómo va el Ejecutivo a convencernos de la importancia de reformar el Congreso si ni siquiera lo toma en cuenta?
Si seguimos haciendo las cosas así, esperar mejores Congresos en el futuro no pasará de ser una aspiración ingenua.
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