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Como muchos limeños, a la medianoche del jueves me desperté con las estridentes explosiones que aturdieron la capital por unos 20 minutos. ¿Año Nuevo el 7 de agosto? Luego de unos minutos de desconcierto, las redes sociales me dieron la respuesta: la celebración por el aniversario de Universitario de Deportes.
Este hecho aparentemente anecdótico grafica bien mucho de lo que está mal en el Perú. Para empezar, denota una absoluta falta de respeto por el prójimo. ¿Unos pocos hinchas tienen el derecho de perturbar el sueño de millones de limeños? Es la misma prepotencia con la que el conductor de un gran vehículo cierra el paso a los peatones o la indiferencia con la que irresponsables botan basura en el espacio público.
Simboliza también la falta de empatía. Celebrar con estridencia cuando 200 peruanos mueren al día y dos millones y medio han perdido su empleo en Lima es un desatino mayúsculo. Me pregunto cómo habrán recibido el sonido de estas explosiones los miles de profesionales de la salud y policías que a esa hora trabajaban para hacer un poco menos aciagos nuestros días.
Y, por si fuera poco, el hecho muestra un desprecio por la legalidad. La regulación vigente dispone que los espectáculos pirotécnicos se realicen con autorización de la Sucamec. Estos fuegos artificiales claramente no contaron con ella. Y si la tuvieron, su autorización denota una absoluta falta de criterio burocrático.
Vargas Llosa –coincidentemente gran hincha de la ‘U'– señala en La llamada de la tribu que la pasión por el fútbol suele evocar ese espíritu tribal que habita en nosotros y nos aleja de la racionalidad. El episodio del jueves lo confirma. Quizás en otras circunstancias hubiera sido más tolerable, pero hoy no. Saludo la decisión del IPD de suspender la Liga 1 hasta nuevo aviso.
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