Al final del milenio, el insufrible Barclays era una estrellita de la televisión y se encontraba en condición de invicto: nunca le habían cancelado un programa, nunca lo habían despedido.

La cadena A le hizo una oferta para hacer un programa a mediodía, dirigido al público femenino. Barclays se sintió zaherido en su orgullo:

-Yo no hago televisión a mediodía -se excusó, altanero.

-Pero las señoras te aman, ese horario es perfecto para ti -le dijo el dueño de la cadena.

-Yo no hago televisión de día -sentenció Barclays.

Nunca más el dueño de la cadena A volvió a llamarlo.

Al mismo tiempo, la cadena B, inferior en sintonía a la cadena A, le propuso a Barclays un programa semanal de entrevistas a grandes personajes.

Barclays respondió:

-Un programa semanal no me conviene. Yo quiero un programa diario. La gente está acostumbrada a verme todas las noches.

No exageraba: llevaba años haciendo un programa de entrevistas que se emitía a las diez de la noche, en directo, para toda América.

-No podemos darte un programa diario -le dijo la jefa de la cadena B-. Solo podemos ofrecerte un programa semanal.

Barclays se resignó a firmar un contrato de dos años para hacer un programa semanal. Luego tuvo el mal gusto de dar entrevistas a la prensa, diciendo:

-He firmado un contrato millonario. He asegurado el futuro de mis hijas.

Su padre lo llamó por teléfono y le dijo:

-Eres un idiota. Esas cosas no se dicen. Estás invitando a que secuestren a tus hijas.

Anunciado el programa semanal en la cadena B, Barclays se propuso conseguir a una gran estrella para su debut. Invitó a , quien declinó. Invitó a Enrique Iglesias, quien se excusó. Invitó a , quien se abstuvo. Invitó a Bosé, quien se encontraba de gira. Invitó a Luis Miguel, quien no respondió.

De pronto se sintió humillado: pensé que los famosos me querían, que eran mis amigos, que les hacía ilusión venir a mi programa. Porque a todos ellos los había entrevistado. Fue así como Barclays descubrió que los amigos que haces en televisión no son en realidad tus amigos y que las efusiones de afecto que se derraman en televisión raramente son verdaderas y nunca duraderas.

Luego invitó a Alejandro Sánchez, conocido como . Nunca lo había entrevistado. Lo llamó a su teléfono móvil.

-Me gustaría inaugurar la nueva temporada de mi programa contigo -le dijo.

Sanz se tomó su tiempo y respondió:

-Me vas a disculpar, pero no puedo.

-¿No puedes? -se sorprendió Barclays-. ¿No puedes o no quieres?

Ese día Barclays estaba nervioso, crispado. Había dormido mal. Estaba mal medicado. Se sentía débil, confundido, inseguro. No podía creer que todas las celebridades, todas, huyesen de él como de la peste.

-No puedo -respondió secamente Sanz.

-¿Por qué no puedes? -se puso necio Barclays-. ¿Sales de viaje?

-No -dijo Sanz-. Estoy indispuesto.

Barclays soltó una risita cínica de hiena hambrienta.

-¿Indispuesto? -dijo, en tono burlón-. ¿Estás enfermo?

Sanz se impacientó:

-Por favor no insistas. Quizás más adelante te daré la entrevista.

Barclays perdió los papeles, se desquició:

-No habrá “más adelante”, Alejandro. No te haré nunca una entrevista. No volveré a llamarte. Y a partir de hoy cuéntame entre tus enemigos.

Sanz soltó una risotada:

-¿O sea que si no te doy la entrevista me convierto en tu enemigo? -preguntó, azorado.

-Sí, exactamente -dijo Barclays-. Porque siento que estás despreciando mi programa.

-Joder, tío, estás mal de la cabeza -dijo Sanz.

-¡Te estoy ofreciendo mi programa inaugural! -bramó Barclays-. ¡Eres el primer artista al que llamo! -mintió-. ¿Quién carajo te has creído para hacerme este desaire?

-Mejor nos despedimos y quedamos como amigos -dijo Sanz.

-¡Quedamos como enemigos! -dijo Barclays-. ¡Voy a hundirte, cabrón! ¡Eres un cantante de medio pelo!

Sanz se sintió tocado en su honor y gritó:

-¿Qué me has dicho?

-¡Que eres un cantante de medio pelo! ¡Un cantante de moda que pronto pasará de moda! ¡Un cantante cursi para las peluqueras!

Sanz tomó aire y reunió las palabras precisas:

-¡Cursis son tus libros, gilipollas! ¡A mí los músicos me respetan! ¡Mis colegas me respetan, los más grandes me respetan! A ti, ¿qué escritor importante te respeta? ¡Ninguno! ¡Y tu programa es una chorrada!

-¡Enano malparido, torero de pericotes! -gritó Barclays, despechado, pero ya Sanz había cortado.

Barclays inauguró la temporada en la cadena B entrevistando al cantante Cristian Castro. Los ratings fueron malos.

Como no podía conseguir a las grandes estrellas, el programa fue un fracaso. Un año después, la jefa de la cadena le dijo que había decidido cancelar su programa.

-Pero nuestro contrato es por dos años -objetó Barclays.

-Sí -dijo la jefa-. Te vamos a pagar el segundo año, pero para que te quedes en tu casa.

Fue la última y más terrible humillación para Barclays: le pagaban para no hacer televisión.

Expirado dicho contrato, Barclays firmó con la cadena C para hacer un programa de lunes a viernes a las diez de la noche, en vivo. A sabiendas de que las grandes estrellas no visitarían su programa, resolvió que no fuese de entrevistas, sino de opinión política. La fórmula resultó. El programa tuvo éxito. Barclays volvió por sus fueros y se puso intratable.

Fue entonces cuando Antonio, amigo de Sanz y de Barclays, convenció a ambos para reconciliarse. Citó a Barclays en casa de Sanz. Barclays llegó a medianoche. Sanz lo recibió en su mansión. Se dieron un abrazo. No aludieron a la pelea telefónica. Cenaron los tres: Sanz, Antonio y Barclays. Hablaron de política. En algún momento Sanz se fatigó y dijo:

-Me voy a pintar.

Antonio y Barclays siguieron comiendo y bebiendo. La perrita de Sanz se acercó a Barclays y este le dio pedacitos de chorizo. Cuando ya amanecía, Barclays y Antonio se fueron de la casa de Sanz. Horas después, la perrita expiró, atragantada de chorizo. Sanz llamó a Barclays y le dijo a gritos:

-¡Imbécil, has matado a mi perra!

-No fue mi intención -dijo Barclays.

-¡Cómo se te ocurre darle chorizo! -gritó Sanz-. ¡Lo has hecho para vengarte de mí!

-Ha sido un accidente -dijo Barclays.

-¡No vengas a mi casa! ¡No me llames! ¡No me pidas que vaya a tu jodido programa!

-¡No necesito que vengas a mi programa, Sánchez! ¡Mi programa es sobre política, sobre gente importante, no sobre cantantes de peluqueras como tú!

Años después, Sanz hizo unas declaraciones contra el espadón de Venezuela. Barclays pasó el vídeo en su programa y lo elogió. Al día siguiente, llamó a Sanz y lo invitó al programa:

-Me encantaría hablar contigo sobre Chávez, sobre Venezuela.

-Gracias, pero no puedo -dijo Sanz.

-¿Por qué? -preguntó Barclays.

-Porque eres un fundamentalista de derechas -se animó Sanz-. Estoy contra Chávez, pero no me siento cómodo en tu trinchera.

Alejandro Sanz nunca visitó el programa de Jimmy Barclays.

Barclays comprendió que debía dejar en paz al cantante.

Se encontraron en un vuelo de Miami a Madrid, Iberia, primera clase, y se saludaron.

Años después, Sanz sorprendió a Barclays: lo llamó por teléfono y lo retó a un partido de tenis en su casa. Antonio, amigo de ambos, ofició de componedor.

El partido fue intensamente disputado. Barclays hizo trampa todo el tiempo. Tal vez por eso, ganó a duras penas. Se dieron un abrazo y Sanz le dijo:

-He decidido que mañana iré a tu programa.

-Gracias, Alejandro, pero no es una buena idea -dijo Barclays.

Sanz lo miró incrédulo.

-Ya casi no hago entrevistas -dijo Barclays-. Cuando entrevisto a cantantes, mi rating baja. Lo que mi público quiere es que hable de política.

-¿Me estás tomando el pelo? -preguntó Sanz.

-No -dijo Barclays-. En realidad, prefiero que no vengas al programa mañana.

Humillado, Sanz miró a Barclays con mala cara y dijo:

-Me voy a pintar.

Luego se marchó, presuroso.