(EFE)
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Quizá uno de los más grandes errores cometidos por la presidenta Dina Boluarte durante la crisis haya sido no convocar directamente, y desde un primer momento, que los manifestantes violentos designen representantes para que planteen sus demandas concretas.

Lo que se ve desde el 7 de diciembre son personas marchando, coreando a viva voz ciertas consignas y, en varias ciudades, atacando, invadiendo e incendiando instalaciones estratégicas para el país, como aeropuertos, comisarías, juzgados, fiscalías, plantas de gas y similares.

Los que bloquean las carreteras y causan daños forman parte de turbas embravecidas, sin cabecillas visibles o –al menos aparentemente– líderes dando la cara, que, llegado el caso, y teniendo alguna legitimidad pudieran convertirse en interlocutores frente al Estado para negociar a nombre de los protestantes.

Tras las lamentables muertes que están dejando los enfrentamientos, así como la temeraria e irresponsable exposición de innumerables personas empujadas por azuzadores, en el exterior, presidentes y organizaciones internacionales le exigen al gobierno peruano que dialogue con los manifestantes, que “tienda puentes”, que es lo que se estila cuando las democracias son atenazadas por la violencia política.

Pero ¿cómo dialogar con una muchedumbre que no designa representantes para sentarse frente a frente? Las experiencias de estallidos sociales como los de Colombia y Chile alguna experiencia deben haber dejado en esos presidentes que hoy claman por un diálogo entre las partes, pues no olvidemos que en sus países también se llegó a iracundas protestas callejeras sin liderazgos claros, y que parecían no tener fin ni solución posible.

El Ejecutivo fue incapaz de plantear con firmeza, desde un inicio, que los que protestan nombren una comisión, o cosa parecida, para ventilar sus propuestas o exigencias en Palacio de Gobierno o en el Acuerdo Nacional. Si lo hubiera hecho, por lo menos podría poner en evidencia, ante la opinión pública nacional e internacional, que los manifestantes nunca han querido ni quieren dialogar.

Es sabido que, a grito pelado y con huaracas cargadas de piedras, es imposible conversar y mucho menos llegar a acuerdos.

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