Los hijos de Alberto

Alberto Fujimori

El prolongado anuncio del nuevo gabinete ministerial refleja no solo la dificultad del presidente Kuczynski y la ministra Aráoz para convocar a destacados profesionales y experimentados políticos al equipo de gobierno, sino también la incapacidad gubernamental para evaluar los efectos de una profunda crisis política –que no ha terminado– y su ineficaz reacción frente a ella.

La semana pasada, el indultado Fujimori salió de la clínica rumbo a una lujosa casa en La Molina, acompañado del menor de sus herederos (el congresista más votado, que no deja de agradecerle a PPK por la libertad de su padre), y posó para la foto junto a sus cuatro hijos (los dedicados a la política, Keiko y Kenji junto a él, mientras que Sachi y Hiro en los extremos, en un sugestivo gesto político).

El patriarca Fujimori llegó a la presidencia en 1990 respaldado por la izquierda, fue reelecto en 1995 con gran respaldo popular y se aferró al poder de manera dictatorial en el año 2000. Alberto Fujimori no requiere de un cargo público para seguir haciendo política, mientras abraza a dos hijos que desean ser presidentes del Perú y no comenta cómo ha pensado ir pagando los millones de soles que debe al Estado por concepto de reparación civil, producto de varias condenas judiciales.

Keiko se encuentra en un proceso de reorganización partidaria, intentando mantener su liderazgo, mientras que la relación política de Kenji con Alberto me recuerda la frase de Víctor Hugo que dice: “El sueño del héroe es ser grande en todas partes y pequeño al lado de su padre”.

Resultan desatinados los que hablan tan ligeramente de una reconciliación nacional. Cuando todavía estaba en el colegio, mi papá me enseñó quién era Simón Wiesenthal y a qué se dedicaba aquel sobreviviente de los campos nazis, que sostenía que la reconciliación solo era posible si se basaba en el conocimiento de nuestra historia y la realidad.

Hagamos la tarea de historia para aspirar a reconciliarnos.

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