Tras la muerte de Alberto Fujimori, fujimoristas, antifujimoristas y quienes no se consideran ni uno ni el otro se han enfrascado en una discusión sobre si el difunto expresidente dejó un país mejor del que encontró.
Hay izquierdistas que cuestionan a Fujimori por las violaciones de DD.HH., el autoritarismo, el copamiento de instituciones... Pero el verdadero rechazo no es por los DD.HH. ni el autoritarismo, sino porque Fujimori desmanteló el nefasto sistema económico que dejó al Perú con más de 7,000% de inflación.
Una prueba es que muchos de esos rabiosos ‘antifujimoristas’ son fieles admiradores de dictadores como Fidel Castro, Hugo Chávez o Juan Velasco, a quienes la vida no les alcanzó para ser juzgados por tribunales.
El ‘Chino’ Velasco no solo dio un golpe, sino que destituyó a jueces que no fallaron como él quería contra sus opositores. Además, en 1969, sus fuerzas policiales masacraron a decenas de jóvenes que exigían la gratuidad de la enseñanza en Huanta. En 1975 también asesinaron a cerca de un centenar de personas en la huelga policial. Pero, actualmente, los velasquistas se llenan la boca hablando de DD.HH y democracia.
Los fujimoristas, por su parte, han convertido la imagen de su líder en una deidad que no puede ser criticada, ni siquiera llamarlo dictador, a pesar de que lo fue entre 1992 y 1995. Al igual que los velasquistas, dejan abierta la puerta para justificar que las grandes transformaciones no pueden realizarse en democracia y que su implementación en dictadura está justificada.
No obstante, los actores políticos deben entender su responsabilidad y no sacar réditos de la polarización política. Personas como los expresidentes Sagasti y Vizcarra —ambos antifujimoristas— han sido duramente criticados por sus fieles defensores por darle el pésame a los Fujimori. Esto demuestra que el discurso polarizador no solo divide, sino que radicaliza más a la población.
Evitar que continúe la degeneración de la democracia es tarea de todos los espectros ideológicos.