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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

La encuesta de intención de voto de GfK que hoy se publica no ha tocado a César Acuña ni con el pétalo de un plagio. En realidad no podía hacerlo porque el trabajo de campo se terminó cuando recién estalló el escándalo, dando un respiro a sus estrategas de campaña.

Pero más allá de este resultado, no deja de tener un sabor amargo lo acontecido esta semana. Ganar votos para alcanzar el poder es duro y requiere tenacidad. Pero escuchar de parte de los defensores de César Acuña que lo que se trata es de una campaña de los opositores y no de un escandaloso plagio, pese a las contundentes evidencias, es cruzar aquella frontera donde todo se puede justificar.

Igual ocurre con los que sostienen que este tema no les interesa a "los de abajo". Es decir, que se trata de un "lío de blancos" que pasa de lado para las clases humildes del país, contrarias a un cenáculo de académicos y a candidatos que solo quieren tumbarse al candidato chotano. Es, según sostienen, despreocuparse por los verdaderos temas de fondo.

Más aún, criticar severamente el plagio, como se ha hecho estos días, no hace sino hacerle el juego a la derecha que detesta a César Acuña, porque con sus formas y su dinero ha penetrado en esa mesa donde se reparte el poder.

Es probable que lo anterior sea cierto, pero eso no invalida el paso sinuoso de los estudios de un candidato, que es el producto del lado oscuro del emprendimiento y el sistema universitario implantado por el fujimorismo. Este no puede ser el ejemplo del sacrificio de una persona humilde que ha labrado su éxito en un contexto adverso, con esquivos, trampas, plagios y demás herramientas de la viveza criolla que algunos aplauden y no pocos imitan.

El hecho de que varios candidatos carguen mochilas malolientes no hace a César Acuña mejor que ellos. Justificarlo nos hace peor.