Alan García: Funcionarios brasileños señalan que ex presidente fue pieza clave para sus negocios (Renzo Salazar/Perú21)
Alan García: Funcionarios brasileños señalan que ex presidente fue pieza clave para sus negocios (Renzo Salazar/Perú21)

El suicidio del expresidente Alan García ha logrado polarizar peligrosamente a la población entre quienes lo consideran un mártir y quienes justifican cualquier tipo de excesos en nombre de la justicia. Sin embargo, ambos grupos emiten opiniones que, lejos de contribuir con la serenidad que nuestro país exige en estos momentos críticos, contribuyen con la peligrosa corriente de la “opinión única”.

Por un lado, es lamentable que el Apra, ante el trágico suceso, victimice a Alan argumentando que fue un perseguido que se sacrificó para no caer en las garras de una “mafia judicial” encabezada por Vizcarra. Alan no fue un perseguido, una víctima ni, mucho menos, un mártir; y la decisión fatídica que tomó no desmerece las investigaciones emprendidas por la Fiscalía.

Por otro lado, aquellos que defienden a rabiar el accionar de los jueces y fiscales que utilizan medidas severas y excesivas deberían dejar de lado la peligrosa obsesión de creer que todo aquel que no aplauda escandalosamente la prisión preventiva es cómplice de la corrupción. Aquello no es cierto, puesto que utilizar medidas extraordinarias de manera ordinaria deja un peligroso precedente. Y, actualmente, parece que la severidad de las medidas que los magistrados toman es proporcional al volumen al que suenan los aplausos de una muchedumbre sedienta de ajusticiamiento, mas no de justicia. Y no hay que olvidar que esos aplausos retumban tan fuerte como los que sonaron en el intento de estatizar la banca o en el autogolpe. Ambas fueron medidas populares con efectos extremadamente nocivos.

Por ello, criticar la prisión preventiva no es defender la impunidad, sino exigir que, en el desarrollo de las muy necesarias investigaciones, no se cometan excesos que distorsionen la ley ni vulneren los derechos.

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