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Redacción PERÚ21

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Roberto Lerner,Espacio de crianzahttps://espaciodecrianza.educared.pe

Se habla mucho de Facebook en relación con los jóvenes. El otro día, una jovencita de 15 me contaba que sigue, con varios miles de personas, a un grupo musical, pero lo hace en el Twitter. Van comentando noticias acerca de su objeto de interés y pasión, las repercuten, aportan con lo que se enteran y, de esa manera, crean un universo. Si están cerca de tal país o ciudad, las inicidencias de sus conciertos, pero también los hitos y acontecimientos de sus vidas privadas. Vídeos van y vienen, con fotos y contenidos variados, siempre limitados por el minimalismo propio del pajarito que trina.

A veces, cuando pasa algo especial, ella fanguerlea —la palabra viene de fan girl—, vale decir, toma su smartphone con las dos manos, y comienza a teclear, en mayúsculas, secuencias de letras y otros símbolos al azar por tiempos variables, según lo que lo produce. El equivalente electrónico y virtual de un estado de felicidad, excitación sensorial y comunión con el conjunto de sus iguales en la nube.

Y una vez, me cuenta, un miembro de esa aldea de fans le comunicó que uno de los integrantes de la banda musical, su preferido por añadidura, había retuiteado uno de sus comentarios. Cuando ella comprobó que era cierto, el fanguerleo llego a una magnitud que hubiera generado envidia en cualquiera de los grandes místicos o místicas de la historia religiosa.

Me comentó que el Facebook no le gusta porque conoce a la gente, mientras que en el Twitter no. Mejor dicho, en el primero las personas son multidimensionales, densas, con muchos rasgos. En el segundo son puntos, todos iguales y exclusivamente definidos por su común pasión, intercambiables, anónimos.