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Ante el ataque del fujimorismo a todo lo que se mueve, el Ejecutivo no ha respondido o lo ha hecho poniéndose de costado, como quien no se da cuenta para abrir la boca y no le entren moscas. Hasta Kenji criticó a su banKada por lanzar acusaciones constitucionales por quítame-estas-pajas contra cualquiera que haga o diga algo que no les gusta.

No es algo menor que cuando uno pregunta quién conduce el Estado, nadie le conteste: –¿Y el presidente? –Ha salido y no ha dicho a qué hora va a regresar. Vuelva mañana, de repente lo encuentra.

Las tareas de un líder van bastante más allá de conducir y poner orden, y esto como requerimiento mínimo. Muchos tenemos claro de que no podemos aspirar a encontrar inspiración, vigor, determinación ni fortaleza en el presidente Kuczynski –nadie puede dar aquello que no tiene–, pero sí le podemos exigir compromiso con el cargo para el que postuló y lo elegimos. Argumentar que como Keiko Fujimori no aparece, él tampoco debe aparecer es falaz: a ella no la elegimos (dos veces), lo elegimos a él. ¿Dónde está y qué está haciendo que no se hace cargo? ¿Escondiéndose de la comisión Lava Jato?

Mientras tanto, como el vacío de poder no existe, el hueco que deja el presidente lo llena alguien más y no son sus congresistas ni sus ministros que, por muy buena disposición y voluntad que tengan, palidecen cuando se quedan sin respuestas porque no tienen ni el peso ni la legitimidad del encargo.

Pedro Pablo Kuczynski se puso el alma seis días antes de la elección y parece que se la quitó apenas salió del Congreso luego de ese 28 de julio. Ojalá no la haya perdido, porque es hora de que se la vuelva a poner.