Estandarizando el crimen

“Los criminales han aprendido a mirar con desdén la espectacularidad de sus capturas y la ineficacia e ineptitud de las autoridades como fiscales y jueces, quienes en nombre de la justicia “tuerta” a la que sirven, los hacen ganar las calles impunemente para que inicien su ciclo criminal nuevamente”.
(Foto: Hugo Curotto / GEC)

El círculo vicioso de la violencia criminal en el Perú en los últimos 40 años parece estar entrando a una etapa de estandarización o normalización ante la vista y paciencia de los ciudadanos, quienes frente a los execrables hechos cotidianos de los que son testigos, no atinan ni a presionar a la gobernante de turno para que lidere la lucha contra la criminalidad ni a organizarse como bloque de contención contra quienes están tomando nuestras calles (y los negocios).

Los delincuentes, extranjeros (y nacionales) ya “olieron” el temor (o el desdén) ciudadano, hecho que les significa una ventaja estratégica para sus propósitos criminales.

En la década de los años 80 y 90 aparecieron dos fenómenos criminales que azotaron drásticamente a nuestra sociedad. En primer lugar, el surgimiento de las organizaciones terroristas como Sendero Luminoso en 1980 y el MRTA 1984, y, por otro lado, la aparición del secuestro. En ambos casos, en los años anteriores a su aparición, el asesinato de un policía o el secuestro de un empresario eran impensables.

Durante los años que duraron ambas formas criminales, en los que la muerte violenta de policías, militares, autoridades, líderes políticos o sociales o empresarios era recurrente, surgió este fenómeno de la “normalización” del crimen, algo parecido con lo que hoy sucede, pero que en esta oportunidad no parece tener solución pese a los denodados esfuerzos de la Policía Nacional para tratar de frenar su avance.

El inmenso parecido de esta realidad con el desarrollo de la criminalidad en Venezuela puede llevarnos a la fatal inferencia de que los criminales podrían terminar teniendo “zonas liberadas” (como pretendió Sendero Luminoso en los 80) y aplicar “justicia directa” como ha quedado registrado en el Libro de Ronna Riske, la periodista venezolana estudiosa de El Tren de Aragua.

Los criminales han aprendido a mirar con desdén la espectacularidad de sus capturas y la ineficacia e ineptitud de las autoridades como fiscales y jueces, quienes en nombre de la justicia “tuerta” a la que sirven, los hacen ganar las calles impunemente para que inicien su ciclo criminal nuevamente.

Lo que realmente deberían sentir el criminal en carne propia en “compensación” por sus fechorías es el verdadero peso de la ley y el frío y la soledad de una celda inexpugnable sin posibilidad alguna de salir.

Necesitamos autoridades nacionales, regionales y locales más comprometidas en la lucha contra toda forma de crimen, en especial en la lucha contra toda forma de impunidad, el principal precursor del crimen.

Necesitamos ciudadanos organizados desarrollando capacidades para su autoprotección y comprender que necesitamos desterrar la “normalización” del crimen, porque de otra manera, el crecimiento sin control de este fenómeno nos llevará al caos total. Sí se puede.

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