Vista panorámica del centro financiero de Lima, en San Isidro. (USI)
Vista panorámica del centro financiero de Lima, en San Isidro. (USI)

Sin duda, la lección que nos dejó el nefasto primer gobierno de García es que no se puede comenzar a pensar en desarrollar un país sin estabilidad macroeconómica.

Hacia fines del 1er. gobierno aprista, el desorden macro estaba carcomiendo las bases sociales del país y el aparato productivo, postrando a la clase media y subyugando las instituciones en una sociedad flagelada por la violencia.

Primero, la aberración económica, que desencadenó el déficit fiscal y comercial, la inflación galopante, la destrucción de la moneda, el sobreendeudamiento y la bancarrota. Luego la debacle social: pobreza, desnutrición, inseguridad, desempleo, informalidad, corrupción, especulación y terrorismo.

Desde el ajuste de Fujimori, sus primeras reformas y el inolvidable paquetazo de Hurtado Miller, han pasado cuatro gobiernos y más de 25 años de estabilidad macro, pero estamos muy lejos del desarrollo.

Necesitamos reformas estructurales que, hasta ahora, la maldición del populismo y la politiquería no han permitido realizar.

¿Se imaginan Alemania, Japón, Finlandia, Estados Unidos y Singapur, aceptando y protegiendo la informalidad y la competencia desleal?, ¿con obras de infraestructura paralizadas, empresas estatales ineficientes y servicios públicos anticuados y no digitalizados?

¿Se imaginan a esos países con estabilidad laboral irrestricta, con altos costos de desvinculación y con sindicatos politizados protegidos por el gobierno? ¿o cambiando las normas tributarias y enfrentando y hostigando permanentemente al sector privado?

¡Presidente, necesitamos reformas estructurales reales, que pongan a crecer la economía de forma sostenida, que liquiden al populismo y nos coloquen en el camino del desarrollo!

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