Sin duda, la lección que nos dejó el nefasto primer gobierno de García es que no se puede comenzar a pensar en desarrollar un país sin estabilidad macroeconómica.
Hacia fines del 1er. gobierno aprista, el desorden macro estaba carcomiendo las bases sociales del país y el aparato productivo, postrando a la clase media y subyugando las instituciones en una sociedad flagelada por la violencia.
Primero, la aberración económica, que desencadenó el déficit fiscal y comercial, la inflación galopante, la destrucción de la moneda, el sobreendeudamiento y la bancarrota. Luego la debacle social: pobreza, desnutrición, inseguridad, desempleo, informalidad, corrupción, especulación y terrorismo.
Desde el ajuste de Fujimori, sus primeras reformas y el inolvidable paquetazo de Hurtado Miller, han pasado cuatro gobiernos y más de 25 años de estabilidad macro, pero estamos muy lejos del desarrollo.
Necesitamos reformas estructurales que, hasta ahora, la maldición del populismo y la politiquería no han permitido realizar.
¿Se imaginan Alemania, Japón, Finlandia, Estados Unidos y Singapur, aceptando y protegiendo la informalidad y la competencia desleal?, ¿con obras de infraestructura paralizadas, empresas estatales ineficientes y servicios públicos anticuados y no digitalizados?
¿Se imaginan a esos países con estabilidad laboral irrestricta, con altos costos de desvinculación y con sindicatos politizados protegidos por el gobierno? ¿o cambiando las normas tributarias y enfrentando y hostigando permanentemente al sector privado?
¡Presidente, necesitamos reformas estructurales reales, que pongan a crecer la economía de forma sostenida, que liquiden al populismo y nos coloquen en el camino del desarrollo!