Enemigos del hambre
Enemigos del hambre

De los siete millones de peruanos que viven bajo la línea de pobreza, 2.3 millones de ellos viven subalimentados. Y de estos subalimentados, se registran alrededor de medio millón de niños que sufren de desnutrición crónica. Son cifras crudas del Instituto Nacional de Planificación (INEI). Estos niños, estos peruanos pobres y mal alimentados, seguramente jamás podrán desarrollar una vida plena, ni en cuanto a salud ni en capacidades cognitivas y mucho menos podrán aprovechar las pocas posibilidades de progreso económico que aparezcan en su horizonte inmediato. Así de terribles, así de limitantes, son los efectos de la desnutrición. Aquí y en el resto del mundo.

Como escandalosa contraparte, en el Perú, cada año se desperdician –es decir, se destruyen– casi 300 millones de soles en alimentos que, según señalan en el Banco de Alimentos del Perú, servirían para abastecer de comida a toda la población que padece hambre en territorio nacional. Hablamos de unos nueve millones de toneladas de alimentos que se eliminan por razones de vencimiento cercano, etiquetado defectuoso, excedencia de producción, daños menores y que, en general, han perdido valor comercial, pero que, no obstante, conservan su potencial nutritivo y se encuentran en buenas condiciones para el consumo humano.

El Banco de Alimentos del Perú (BAP), una fundación sin fines de lucro, es parte de una iniciativa internacional para combatir lo que se conoce como inseguridad alimentaria alrededor del planeta: comprometer a empresas comercializadoras, procesadoras y productoras de alimentos a que les donen estos descartes para que en el BAP sean registrados y clasificados, y –de preferencia, el mismo día– luego entregados a organizaciones sociales en distintos puntos del país, que se encargarán de redistribuirlos gratuitamente a quienes lo necesiten.

Según contaba ayer en Perú21, Leslie Pierce, presidente del BAP, el número de empresas de consumo masivo comprometidas con el proyecto aumenta año a año, en una demostración de que la responsabilidad social no está reñida con el estricto beneficio del lucro ni la competitividad a gran escala, sino al contrario: en el mundo moderno son las empresas comprometidas con valores solidarios, con la sostenibilidad del planeta y el medio ambiente, así como con dramas sociales específicos de cada país, las que mayor proyección y valor tienen en el mercado.

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