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Redacción PERÚ21

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Sandro Venturo Schultz,Sumas y restasSociólogo y comunicador

Una de las ideas que le debemos a Marshall McLuhan, pionero de los estudios sobre los medios, es aquella que nos dice que cada nueva tecnología de comunicación que se instala en nuestras vidas nos obliga a resocializarnos. Sin duda, la forma de relacionarse de nuestros padres y abuelos cambió con la invención del teléfono, de la misma forma que nuestra forma de organizar la producción ha variado en las últimas dos décadas con el uso de las tecnologías digitales de información. El siglo XX ha significado una revolución permanente de la vida cotidiana pues ha sido escenario de sucesivas transformaciones provenientes de la afiebrada innovación científica: de la sociedad industrial a la sociedad red.

Hace unos años descubrí a Eudald Carbonell, un paleoantropólogo fascinante que trabaja en la historia de la tecnología de los últimos cien mil años. Siguiendo sus investigaciones me llamó la atención un eje de sus estudios: la tecnología nos hace más humanos. Él considera que el hombre actual es la versión prehistórica de aquel que habrá superado las necesidades biológicas primarias, logrado superar toda limitación física y sintetizado como pura inteligencia. El ser humano será un ser desterritorializado, dueño del tiempo. Por eso quien sigue estas ideas no puede sino ver con sospecha todos los lamentos del sentido común que reclama amor por la patria, resistencia de las pluralidades étnicas, filiaciones ideológicas asumidas con vocación tribal, entre otros rasgos de nuestra contemporaneidad. Una humanidad estresada consigo misma.

De pronto uno va al cine a ver la última película de Spike Jonze y las preguntas rebalsan sin descanso en el café posterior. Porque, a diferencia de Blade Runner, que también nos anuncia la rebelión de las máquinas, esta película plantea un escenario futurista aunque inmediato. Vemos el presente a través de un relato íntimo y de ciencia ficción que, en realidad, ya anida en todos nosotros. Y ese personaje que se enamora de su sistema operativo nos representa cuando estamos pegados a los estímulos del Facebook, a la avalancha incesante del Twitter, a la obsesión siempre insatisfecha de consumir noticias en la web, al horror al vacío que nos ha tomado silenciosa y violentamente en esta época. Qué difícil se ha vuelto transitar por la soledad.

Me siento parte de la ola de los optimistas, de los que creen que los ciudadanos del mundo siempre podremos encontrar soluciones ante los grandes retos de la humanidad. No ha habido guerra ni catástrofe de la que no hayamos salido aprendiendo e innovando, gracias al luto que nos educa. No existe drama que no hayamos poetizado para rasgar esa sabiduría que se moldea con los siglos. Y, sin embargo, Jonze nos empuja contra el espejo para vernos de más cerca. Bueno, a mí me empujó. Y ahora ya no reviso el teléfono "inteligente" cuando me levanto a media madrugada, aunque me muero de ganas. Y trato de leer noticias una vez al día, como antes. Y dejo los aparatos lejos para concentrarme en la conversación con mis hijos. Sin equilibrio, todo es precario.