“¿En qué se parecen Batman y el Guasón a Vizcarra y los fujimoristas? ¿Y en qué nos parecemos los peruanos a los habitantes de ciudad Gótica?”. (AFP)
“¿En qué se parecen Batman y el Guasón a Vizcarra y los fujimoristas? ¿Y en qué nos parecemos los peruanos a los habitantes de ciudad Gótica?”. (AFP)

En el cine, en el teatro o en la literatura, la trama de la historia tiene casi siempre la misma estructura. El protagonista enfrenta un obstáculo: un villano, una desgracia, una enfermedad, algún tipo de injusticia.

La trama refleja el esfuerzo del protagonista para superar el obstáculo: Darth Vader en Star Wars, el prejuicio hacia la homosexualidad en Milk, la fealdad de Cyrano de Bergerac, Moriarty en Sherlock Holmes. Es muy difícil mantener el interés del espectador si no existe ese obstáculo.

En la genial película de Todd Phillips, El Guasón, el protagonista no es Batman, que ni siquiera aparece, sino el propio Guasón. El obstáculo es la insensibilidad de la sociedad frente a las disfunciones sicológicas del personaje interpretado por Joaquin Phoenix.

Pero voy a referirme a otros Guasones: el de Jack Nicholson en el Batman de Tim Burton o el de Heath Ledger en The Dark Knight de Chistopher Nolan. La dualidad protagonista-obstáculo se define de manera diferente: Batman es el protagonista. El Guasón es el obstáculo.

La locura de los Guasones es transformada en la maldad. Son los villanos que Batman debe combatir. El espectador engancha con la trama y en ambas películas los directores logran lo que quieren: solidarizar al espectador con el esfuerzo del protagonista para derrotar al villano. El éxito de la trama depende más de la calaña del villano que de las virtudes del protagonista.

Vizcarra ha pretendido usar la misma estructura dramática para lograr en la política lo que un director logra en el cine o en el teatro: mostrar un obstáculo parecido al Guasón. Muestra (con fundamento) una mayoría en el Congreso disfuncional, esquizofrénica y malvada, capaz de cualquier cosa para destruir a la sociedad peruana. Y él se dibuja (en lo que es más una caricatura que un dibujo) como un justiciero que, como Batman, tiene el derecho a quebrantar la ley para superar el obstáculo que tiene al frente. Lo cierto es que, en la realidad, es difícil distinguir quién es Batman y quién el Guasón. Más parecen dos Guasones enfrentándose entre sí. Y la realidad no es igual a las películas. A los justicieros no se les debe permitir romper la ley.

Al margen de las ilegalidades y pisoteo institucional, parece que el Guasón ya pasó a mejor vida. Cerrado el Congreso, el fujimorismo y el aprismo parecen agrupaciones zombies que se debaten entre la vida y la muerte y que deambularán por algunos años dubitativas y sin atinar a nada.

Pero la trama ya cambió. Al margen de la justificación o no de los actos ilegales del presunto justiciero, ya el obstáculo ha dejado de ser el Guasón. Hoy el obstáculo es la institucionalidad destruida por un enfrentamiento absurdo, la economía desacelerada y en riesgoso camino a una recesión, y las necesidades que tenemos de buen gobierno: seguridad, infraestructura, servicios públicos, crecimiento y reducción de la pobreza. Pero parece que, como los habitantes de ciudad Gótica, tendremos que pagar los platos rotos.

El caricaturesco Batman ya no puede seguir con la trama del Guasón. Ahora tiene que enfrentar a sus verdaderos rivales. Una pena que bajo su máscara no tenga los recursos para hacerlo.