[OPINIÓN] Hernán Díaz: “¡Toledo, paga pues, carajo!”

" Toda la comunidad emocionada buscaba la oportunidad de ir al restaurante peruano, donde el cholo sano y sagrado almorzaría”.
[OPINIÓN] Hernán Díaz: “¡Toledo, paga pues, carajo!”

Traté por varios caminos de evitar dedicarle este lunes a Alejandro Toledo, ese personaje oscuro, bizarro, mitómano y quien, al final del día, será un huésped más en Barbadillo. Habría preferido destinar el espacio, por ejemplo, a la hermanísima María Cordero, quien refleja de la mejor manera el uso y abuso de las instituciones del Estado, para enriquecerse a costa de la hacienda pública.

Sin embargo, es inevitable, sabiendo ya que Toledo se ha entregado, usar estas líneas para recordar a ese nefasto personaje. Un bandido más que, desde el primer día, juró lealtad a la patria, fidelidad al proyecto de reconstrucción de la democracia; un pillo más, como cualquier carterista, pero con mejores recursos. Uno que un 24 de noviembre de 2004, en un hotel de Río de Janeiro, condicionó la implementación de una megaobra de infraestructura, la famosa Interoceánica, al pago de 35 millones de dólares para su bolsillo; obra que al erario le terminó costando 4,500 millones de dólares.

Un personaje de dicción teatral, que negó y negó en todos los idiomas ser un corrupto y, sin embargo, tras el telón no tenía reparo alguno en entregarse a todos sus vicios y desacreditar a sus más fieros rivales, tildándolos de desgraciados y corruptos. Y nosotros, acostumbrados a sus vacaciones en el norte, a su whisky azulino, a su avión parrandero. Recuerdo con precisión cuando Toledo viajó a España y casualmente fue a Salamanca de visita, ciudad donde entonces yo cursaba la licenciatura en Derecho. Toda la comunidad emocionada buscaba la oportunidad de ir al restaurante peruano, donde el cholo sano y sagrado almorzaría.

No fui. No quise correr el riesgo de terminar enfrentándolo y quién sabe haciendo un papelón en el local de esa gran mujer peruana que tan rico nos daba de comer los domingos. Me contaron que al final, para no perder la costumbre, nuestro entonces presidente se emborrachó y se fue sin pagar la cuenta. Hoy a la justicia peruana le toca decir: ¡Toledo, paga pues, carajo!

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