“Corremos el riesgo entonces de que quien sea elegido democráticamente como presidente del Perú no acabe su mandato y probablemente el Congreso tampoco. ¿Cómo remediarlo? No es fácil. Hay que abandonar las posiciones extremas”. (Foto: Archivo GEC)
“Corremos el riesgo entonces de que quien sea elegido democráticamente como presidente del Perú no acabe su mandato y probablemente el Congreso tampoco. ¿Cómo remediarlo? No es fácil. Hay que abandonar las posiciones extremas”. (Foto: Archivo GEC)

En las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias del 11 de abril participarán 20 agrupaciones políticas y, a menos de un mes, los sondeos de opinión adelantan una preferencia electoral muy dispersa, lo que asegura que ninguna fórmula presidencial alcance la mayoría absoluta y, por ende, estaremos obligados a volver a las urnas para definir al ganador por balotaje. Se definirá ahí quién será el presidente y sus dos vicepresidentes. Estos últimos adquieren una nueva relevancia en vista del desenlace de las últimas elecciones de 2016, en las que un despreocupado Kuczynski no midió correctamente la importancia de contar con un respaldo en el Legislativo, aunque sea por la vía de las alianzas o la “cohabitación”, que es una sabia fórmula francesa donde la mayoría parlamentaria cogobierna con el jefe de Estado.

En el periodo gubernamental 2016-2021 se abrió la “caja de Pandora”: cuatro presidentes (cinco si consideramos a Mercedes Araoz) y dos Congresos alternaron el poder en ese tiempo. La traición y la mentira fueron los protagonistas de este penoso espectáculo político del quinquenio: el difunto congresista Mamani, el mandatario sustituto Vizcarra y el gobernador de Arequipa Elmer Cáceres Llica son un ejemplo de la podredumbre corrompida por el poder. Hoy los que serán congresistas saben que la incapacidad moral para gobernar es un instrumento de vacancia presidencial que no requiere sentencia judicial previa y que puede ser utilizado por los adversarios políticos desde el Congreso.

Corremos el riesgo entonces de que quien sea elegido democráticamente como presidente del Perú no acabe su mandato y probablemente el Congreso tampoco. ¿Cómo remediarlo? No es fácil. Hay que abandonar las posiciones extremas, las iras y los odios para dar espacio al juego limpio, a las alianzas democráticas y sobre todo a deponer los intereses particulares por el amor por la patria y servir al ciudadano, a crear oportunidades para todos los peruanos, con especial atención en los compatriotas más vulnerables.

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