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El unicornio no va
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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Dijo Dios hágase la luz. Y vio que la luz era buena y la separó de las tinieblas. Y llamó a la luz día y a las tinieblas noche. Y fue la tarde y la mañana del día primero”. El mito de la creación es similar en todas las culturas. Los mitos sirven para explicar lo que no conocemos. Pero su valor es aliviar la angustia que produce lo desconocido. Para que el alivio perdure, la liturgia recrea permanentemente el mito. A su modo, cada Año Nuevo repetimos profanamente el mito sagrado de la creación, porque volvemos a ordenar el caos, creamos un nuevo cosmos con mejores propósitos y creemos que así se superan las desventuras del año pasado. La historia también angustia y, para aliviarla, tenemos las efemérides. Por ejemplo, cada 28 de julio volvemos a fundar la República para jurarnos libres e independientes. Como quien borra lo anterior para volver a empezar.
Sin embargo, la angustia de nuestra historia la hemos enfrentado con políticas concretas. La efervescencia social de los sesenta fue enfrentada en los setenta con Reforma Agraria, Comunidades Laborales y Empresas Públicas, pero nos fue mal porque produjeron crisis económica y dictadura. Luego, en los ochenta, llegaron la hiperinflación y el terrorismo que fueron enfrentados en los noventa con libre mercado y estrategia militar. Se salvó el colapso del Estado, pero nos siguió yendo mal en democracia. Con el nuevo siglo vino la prosperidad, pero el crecimiento se ha desacelerado y la democracia siguió agonizando de corrupción. Toca ahora relanzar la economía y curar la democracia, pero se propone volver a empezar con una nueva Constitución.
Las Constituciones modernas son un pacto social que impone reglas básicas: se regulan derechos privados para generar riqueza y se obliga a pagar tributos para financiar servicios públicos, ofrecer bienestar y nivelar oportunidades para todos. La corrupción ha destruido esas reglas básicas: creó incentivos perversos para ganar plata fácil y se robó los tributos. La corrupción ha sido, entonces, un sabotaje al pacto social y no solo un escándalo ético. Es lo que ha fallado y lo que hay que corregir con transparencia y control en la ejecución del presupuesto, con eficiencia para que el gasto social reduzca desigualdades y con un Poder Judicial que sancione con sabiduría. Intelectualmente se entiende, pero políticamente es más complejo. No se requieren mitos ni liturgias, sino liderazgo para encontrar consensos y coraje para ejecutarlos.
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