(Foto: Anthony Niño de Guzmán)
(Foto: Anthony Niño de Guzmán)

Lo que en otras circunstancias se habría recibido como una excelente noticia para la lucha contra la pandemia no genera ahora demasiado entusiasmo: esos 20 mil millones de soles que el Gobierno inyectará al presupuesto del sector salud del próximo año corren el riesgo de caer, otra vez, en manos de burócratas que vienen demostrando, un día sí y otro también, tremendas limitaciones para administrar los gastos del Estado.

Ello, obviamente, cuando no se cae en flagrante incompetencia, como parece ser el caso, por ejemplo, de esos cuatro ministerios que, ya pasada la mitad del año, no han ejecutado ni el 20% del presupuesto que se les otorgó para enfrentar en sus sectores el COVID-19. Aunque representantes de algunas de las carteras implicadas –Educación, Energía y Minas, Transportes y Comunicaciones, Ambiente– lo han justificado con mayor o menor coherencia, lo cierto es que, como ha dicho la presidenta de la Confiep, existe en el aparato público una gran incapacidad para gastar los presupuestos que el Gobierno Central les asigna cada año.

Las demostraciones de esta terrible falencia del Estado no son pocas ni aisladas, y se han constituido más bien como una nefasta tradición asociada a la administración pública, de la que ninguno de los gobiernos de los últimos 50 años ha logrado desembarazarse, pero que, al quedar reiteradamente al desnudo en estos tiempos de pandemia, con millones de vidas en juego, debería ser una de las preocupaciones centrales del presidente Martín Vizcarra y su entorno inmediato.

Es cierto que la precipitación y la festinación de trámites son los mejores ecosistemas para los corruptos. No obstante, es hora ya de que se tome el toro por las astas y si no se puede emprender una drástica reforma del Estado –al menos a ese preciso nivel–, entonces que se busquen alianzas o nuevas modalidades de asociación con el sector privado para que aquello que se ha planificado cuidadosamente no termine saltando por los aires debido a una decisión errónea o la simple morosidad del funcionario de turno en la cadena de mando o ejecución presupuestal.

Estos son tiempos de emergencia: tener más plata en la billetera no sirve absolutamente de nada si no se gasta, o peor, si no se gasta con eficiencia.

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