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El color del futuro

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Fecha Actualización
Anoche, el Gobierno levantó, parcialmente, la cuarentena en Lima y otras 18 regiones del país a partir del 1 de julio. No obstante, el confinamiento obligatorio ya había sido levantado de facto por la población, en casi todo el Perú, hace dos semanas. La necesidad obligó. Y, sin importar la edad, miles de peruanos desoyeron la norma y salieron a trabajar.
Las nuevas reglas que regirán dentro de cuatro días –que implican aislamiento social obligatorio para niños y adolescentes hasta los 14 años y adultos mayores a partir de los 65, pero libre tránsito para los adultos que, se infiere, trabajan–, tristemente, llegan dos meses tarde; la economía ya colapsó.
Para colmo, el grueso de la población que sale a las calles piensa que no es necesario respetar la autoridad ni la distancia social.
Lamentablemente, ni el presidente ni el primer ministro quisieron escuchar. Los últimos meses actuaron como si tomar decisiones, en un momento tan difícil, fuera un privilegio, su privilegio. Y ha sido triste verlos distanciarse, a pulso, de la fuerza que otorga la solidaridad y el entendimiento.
Desde que sufrimos las consecuencias de esta pandemia, el Gobierno, las autoridades, la mayoría de congresistas, los analistas que los apoyan, e incluso los mortales que opinan en las redes sociales en favor del ministro de Salud se abstienen de proponer soluciones, de brindar alternativas o de sugerir una salida para los problemas –que abundan en tiempos de pobreza, desempleo y coronavirus–. Todos, salvo contadísimas excepciones, se han abocado a endosarles la culpa de los malos momentos que atravesamos al sector privado, a los intelectuales que no están vinculados a ellos y a la prensa.
Con el dedo índice en alto, acusan y señalan. No importa si los signados tienen alguna responsabilidad. La crisis, lejos de sensibilizar al mandatario, a sus ministros y a los funcionarios respecto de la tolerancia, la convocatoria y la unión entre peruanos, les ha obstruido los oídos y en casi todos los niveles se han negado a escuchar sugerencias y los aportes.
En el camino se han cultivado más enemistades que alianzas. En las redes sociales el verbo de sus partidarios se ha transformado hasta tomar la viciosa forma del bullying, es decir, de la agresión y el abuso.
Eso hace muy difícil imaginar el color del futuro que nos espera.
Si este Gobierno hubiera entendido el valor de la comunicación. Si el presidente Vizcarra no creyera que con sus interrumpidos y vespertinos mensajes basta. Si hubiese convocado, oportunamente, a los mejores expertos del país para enfrentar el doble desafío del COVID-19 y la crisis económica. Si no hubiera escatimado en una campaña de comunicación masiva, clara, solvente y oportuna, como se ha hecho en otros países. Otro gallo nos cantaría en las próximas semanas.
El futuro sigue siendo un misterio.