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El código de la mafia

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La violencia y la inseguridad se están multiplicando. El miércoles 4 de setiembre, Ricardo Chavarría, fiscalizador de la Municipalidad de Lima, fue asesinado por un sicario contratado por comerciantes de Las Malvinas.
Chavarría trabajaba vestido con su uniforme azul, vigilando los movimientos de los ambulantes que cada día intentan apoderarse de las calles de la ciudad. Tenía la orden de impedir que los comerciantes de Las Malvinas extendieran su dominio actual. Por su labor, el fiscalizador fue amenazado y aunque reportó el amedrentamiento que sufrió, continuó en su puesto hasta la noche que lo mataron.
Fue en la puerta de su casa en la calle Cárcamo, en el Cercado de Lima. Cuando Chavarría se disponía a sacar de su bolsillo la llave para abrir la puerta de su casa, el sicario lo llamó a su celular. En el momento en el que la víctima tomó el teléfono para contestar, el asesino se le acercó pausadamente y con total sangre fría le disparó dos tiros en el pecho y uno en la cabeza para liquidarlo. Luego se agachó y recogió del piso el celular que su víctima había dejado caer y se marchó caminando como si nada hubiera pasado.
El comercio ilegal se niega a dejar las calles de la capital, a ser formalizado, a respetar las normas ediles, pero lo consigue aliado a una mafia brutal que, empoderada, se desplaza por América Latina, replicando el estilo de los criminales que abundan en México, Venezuela y Centroamérica.
La escena ocurrida en la calle Cárcamo hace diez días en el Centro de Lima no es parte de un capítulo de Narcos, la exitosa serie de Netflix; es, desgraciadamente, la forma como ahora se resuelven los conflictos entre la autoridad edil y los comerciantes ilegales de los oscuros emporios de la ciudad, de los lugares donde abundan la droga y los artículos robados que se revenden con total impunidad.
Otros fiscalizadores de la Municipalidad de Lima acompañaron a los familiares de Ricardo Chavarría al cementerio, la comuna envió un comunicado expresando las debidas condolencias a la familia, pero nadie vio al alcalde Jorge Muñoz exigiéndole, de manera imperiosa, a la Policía la captura inmediata de los asesinos, de los que ordenaron la muerte del trabajador edil y del que le disparó a quemarropa y sin alma.
Los códigos de esta nueva mafia requieren otro tipo de reacción, ni la ciudad ni la Policía pueden permitir que les ganen la moral. Buena parte de estos criminales son extranjeros y actúan de manera itinerante y feroz.
Cuatro días después del asesinato del fiscalizador, la noche del domingo 8 de setiembre, dos personas fueron asesinadas y cortadas en pedazos en el hotel Señor de Sipán, en la calle Unión, cerca del exterminal de Fiori en Lima Norte. Las víctimas, un peruano y un venezolano, murieron de la manera más atroz. La Policía sostiene que sus cuerpos fueron cercenados cuando aún estaban con vida.
El jueves, en un video grabado por los propios asesinos y enviado a medio mundo por WhatsApp, la cabeza de uno de ellos era sometida a los más tremendos rituales de escarmiento. Un mensaje infame y macabro para cualquiera que esté pensando en atreverse a delatar los contactos de estas huestes criminales.
Los alcances de esta nueva mafia exigen que las autoridades intervengan de forma radical. Ni una concesión, ni un solo traspié. Al contrario, esta problemática requiere decisión y severidad extrema.
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