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La noche que Trump ganó las elecciones, Obama famosamente les dijo a sus hijas adolescentes mientras lloraban a lágrima viva: “Esto NO es el fin del mundo. El fin del mundo ES el fin del mundo”. Lo que estamos viviendo tampoco es el fin del mundo, aunque si uno prestaba oídos y ojos a todo lo que las redes esparcieron como la peste los primeros días, bien que lo parecía.
Las tesis más disparatadas circulaban sin que nadie las pudiera, o quisiera, parar. Somos un pueblo novelero y nos encanta el catastrofismo. Además nada asusta más que no saber qué va a pasar. Fuera de todo tinte político, de simpatías más o menos, el gobierno del Perú estuvo acertado. Agarró el toro por los cuernos y nos aisló de un porrazo. A diferencia de Gran Bretaña, USA y Argentina que han ido por el gradualismo y cada día deben anunciar nuevas medidas para tratar que no los agarre la ola, Vizcarra tomó la decisión correcta. ¿Cómo lo sé? Lo sé porque al día siguiente la gente encerrada se calmó, bajó dos cambios, y de golpe el miedo se redujo exponencialmente. De potencia mil a potencia 10.
Lo seguro es que el mundo cambiará para siempre. Por primera vez, desde que se estrenó la era digital, todos estamos viviendo la idéntica cosa en real time. Unos con mayor riesgo que otros, pero todos con la vida patas arribas. Es muy probable que esto último sea más duro para los millenials tan acostumbrados a la vida streaming on demand sin costuras. En el otro espectro estamos los baby boomers que sabemos de locales cerrados, de colas para comprar aceite y azúcar, de toques de queda. De una vida sin gasolina, sin bancos y sin Netflix, con papel higiénico que raspaba. De aviones que no salen, y de televisión que funciona solo a ratos. Cierto, nos acostumbramos a la vida online y fácil tan rápido como el millenial más cool, pero sabemos que eso no es lo normal. Lo normal es una vida que viene llena de promesas pero sin garantías, donde el salto cuántico y el patatús están repartidos por igual.
Este frenazo nos abrió una nueva ventana. Estar con nosotros con tiempo para disfrutarlo. Tener cero stress, porque nadie nos espera. Conversar con los chicos y comer todos juntos. Tomarse un vinito en pareja al final de un día de ocio. Observar Camino Real vacío y disfrutar maravillados de su silencio. Escribirnos con la familia lejana. Mi nuera número tres, práctica y frugal, nos pone al tanto de lo que le preocupa: los exámenes de los chicos y que falte la plata. La nuera número dos, actriz y chef, nos manda un selfie desde Londres abrazando amorosamente 2 rollos de papel higiénico, la famosa resiliencia British frente al Blitz. La nuera número uno como buena “socialó” francesa siempre está de mal humor. Esa ni escribe ni manda nada. “No será une petite pandemie que me hará cambiar, ¡merde!”.
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