¿Dónde estás, Esperanza?
¿Dónde estás, Esperanza?

¿Sobrevivirá la norma que obliga a los bancos a entregar a la Sunat nuestra información financiera? En su primera semana la norma ha sido cuestionada por violar el secreto bancario, hay un proyecto de ley para derogarla y se han presentado demandas judiciales para impedir su aplicación. Puede pasar de todo, pero, para ganar, no basta decir que el secreto bancario está garantizado en la Constitución. No es tan simple.

Unos sostienen que el Tribunal Constitucional (TC) ha declarado en dos sentencias que solo hay tres excepciones para levantar el secreto bancario: una orden judicial o pedidos del fiscal de la Nación o de una comisión investigadora del Congreso. Como el acceso directo de la Sunat no está entre ellas, concluyen que la norma es inconstitucional. Sin embargo, otros sostienen que, en esas mismas sentencias, el TC ha establecido que puede haber otras excepciones, cuando sean necesarias para proteger otros derechos constitucionales, como el derecho del Estado a cobrar tributos. Por eso concluyen que la norma sí es constitucional.

Otro tanto pasa con la información. Unos dicen que los bancos reportan todas las operaciones en orden cronológico dentro del Impuesto a las Transacciones Financieras (ITF) y que esa es la materia prima para preparar la información que la norma exige: los resultados acumulados mensuales, saldos y promedios. Sostienen que, por tanto, no se está entregando información sustancialmente distinta a la que se reporta ahora. Para otros, en cambio, sí se trata de información distinta y, para colmo, al margen del ITF. Y así podemos seguir debatiendo.

En realidad, el debate esconde otras preocupaciones. Los que no pagan impuestos van a quedar descubiertos, y bien hecho. La evasión no tiene defensa y contra ella va la norma. Pero los que sí pagamos tenemos fundados temores de que esa data se utilice en extorsiones. La Sunat debería explicar qué controles ha establecido para garantizar que no haya filtraciones. No obstante, al final el debate esconde el hecho de que para nadie es grato pagar impuestos, menos en nuestro país, en el que no todos pagamos, se gasta mal y se roba mucho. Es lamentablemente cierto. Pero esa verdad debe servir para que estemos de acuerdo en que necesitamos las dos cosas: pagar impuestos y que el Estado sea mejor y más fuerte y eficiente.

Lo pongo así: cuando uno pierde patrimonio, familia y recuerdos y se encuentra solo en medio de la desgracia, la primera ayuda viene del Estado. Es cuando la esperanza vuelve a nacer. Para eso también son los impuestos.

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